jueves, 20 de junio de 2013

L'avinguda de la llum - Parte I

Aqui os dejo un relato que por algún motivo inconsciente no puedo continuar, estoy seguro de que continuará cuando la misma historía me lo pida. Espero que os guste.

Saludos

L’avinguda de la llum – Parte I


Era una noche fría para ser el mes de Abril, había quedado con unos amigos de la facultad. Paseaba entre luces y abrigos de toda clase por el Paseo de Gracia de Barcelona, la cita era en la parada de Plaza Catalunya, justo enfrente de las Ramblas. El plan era perderse por las calles del Borne tomando unas copas para luego abandonarnos a la suerte y a la magia de sus calles. Y allí, entre decenas de acentos diferentes y gentes del mundillo del estraperlo, me encontré en un corralito a toda la pandilla. Entre el gentío –Ya era hora Ferrán, estábamos a punto de llamarte- exclamaron. Después de saludar más o menos cordialmente y entre alguna que otra broma, no transcurrió un largo rato hasta que sin pensarlo demasiado, por acto reflejo, nos dispusimos a caminar Rambla abajo, disfrutando de aquella noche de primavera y de reencuentro. No podía evitar sonreír.

La noche iba pasando entre tapas, cervezas y risas. Más tarde, bombas de fuego en forma de chupitos a los que fui invitado incontable de veces. Las ventajas de conocer al dueño. No quería pasarme con el alcohol, sabía qué hacía tiempo que no bebía así que me controlé bastante bien; cabe decir, que se perfectamente encontrar el equilibrio perfecto para disfrutar de una velada cuando las bebidas espirituosas se cruzan en mí camino. Eso sí, un espíritu labrado a base de muchas noches sufridas y tristes e inoportunas. Era sábado, con la tranquilidad que otorga saber que el metro abría toda la noche, decidimos finalizar la cita a sabiendas que no quedaba mucho para sofocarnos con el astro rey, que ya asomaba en un cielo azulado y sin estrellas. Nos despedimos con abrazos y apretones de manos y cada uno tomó su camino. A algunos los abandonamos a su suerte cabe decir. Ya eran mayorcitos para apañárselas.

Una vez en el vagón me impresionó sentarme y no ver a nadie, bueno sí, habían dos extranjeros durmiendo la papa en el vagón contiguo, nórdicos, una botella de Jack Daniels asomaba entre la gabardina de uno, ya sin tapón y en el vértice exacto de su mano para que no ser vertiera el poco contenido que había sobrado; bailaba en el fondo de la misma al compás de la vía de metro. Entre el sonido inconfundible de las vías y “propera parada, Passeig de Gracia” me conecte los cascos del iPhone y escuché algo de música para amenizar el trayecto, tan inusualmente solitario para ser sábado. Como un fantasma, subió una figura envuelta en una chaqueta con un gorro de lana cubriendo sus facciones, sin embargo, se distinguían perfectamente cayendo unos mechones de cabello rubio. Se sentó justo delante de la línea de asientos contiguos, delante de mí, un asiento o dos a la izquierda, no recuerdo muy bien, la cuestión es que se bajo el gorro que recubría su cabello, y entre plumas, recorrían las costuras de una mujer de tez blanca, deslizándose suavemente entre mechones de oro y plata, unos ojos grises me miraron y  me sonrieron plácidamente, desde ese día se borraron todas mis sospechas sobre hablar con la mirada. Se me entrecorto la respiración y me dije susurrando –mantén la calma, es muy guapa pero no te pongas nervioso- y lo único que exteriorice de manera involuntaria a su gesto, fue otra media sonrisa bastante forzada. O eso me pareció a mí. Apagué los cascos y recogí los auriculares. Me quede helado al ver que ella se dirigía a mí con un tono dulce, con un acento extraño y muy fluido.

Parecía muy segura, impropio de lo que estaba acostumbrado, pues solía ser yo el que adoptaba el rol de chico seguro. Era mi secreto para romper mí inseguridad. Ella, me lo arrebato desnudándome y citando una pregunta con voz fina y dulce. Había un hermoso brillo en sus ojos.

-¿Verdad que es bonita? Me extrañe ante tal interrogación, ella, enfatizando mi desconcierto y sin que mediara palabra alguna, concluyó –Gaudí, la estación de Gaudí, Siempre me fijo al pasar, sobretodo en navidad, ojala no hubiera sido olvidada-. ¿La parada de Gaudí? ¿Era posible que una chica que no conocía estuviera intentando quedarse conmigo? Era cierto, prácticamente no conocía la mayoría de paradas del metro de Barcelona, pero, no existía ninguna parada con ese nombre en el centro, hasta ahí llegaba.
–¿Perdona? Pues no conozco esa parada-. Me quede embobado con sus ojos.

–Está justo detrás de ti-. El tren estaba en marcha y me giré sin muchas expectativas, estaba todo oscuro pero unas pocas luces de emergencia me indicaban que alguna estructura había allí, rápidamente volvimos a la más profunda oscuridad. -¿La has visto?-. Y me volvió a  sonreír. Su mirada me hizo sentir incomodo, pues su presencia inundaba todo el vagón. “Propera parada, Sagrada Familia”.
–Me bajo aquí, me llamo Ana.
-Encantado, conseguí articular. Yo…, pero para entonces ya era tarde y el leve tintineo del cierre de puertas diluyo mis palabras, y mis pensamientos.

Y sin que me diera tiempo de presentarme ella salió del vagón. Llegando a mi estación, y aun pensando en la extraña situación que acababa de vivir, un fuerte golpe desvaneció mi ensoñación. La botella de Jack Daniel que sujetaba torpemente aquel individuo había caído al suelo. Los dos extranjeros seguían durmiendo. Y la botella rodaba y rodaba mientras se vertían las últimas gotas.
Aquella mañana me desperté tarde, habían transcurrido varios días del incidente y no podía de dejar de recordar afablemente y con cierta melancolía mi pequeño encuentro. Al pasar por su parada, me sobrecogía una expectación impropia, que hacía que mis ojos se clavaran en la puerta del vagón, esperando a que asomara por allí su presencia. Empecé a pensar si, quizá, no había sido sino más que el fruto de mi imaginación.

Me dirigía al trabajo, era la diada de San Jordi, y las calles estaban engalanadas con sus mejores prendas; olor a libros antiguos, olor a rosas en constante movimiento, cambio de manos, sonrisas y besos, promesas de amor, promesas de toda índole. Continué calle abajo sumergido en el ambiente y pasando desapercibido entre la muchedumbre. Me deje llevar y me refugié del gentío en una pequeña tienda de libros antiguos e independientes, había una pegatina señalando “oferta especial” y la puerta estaba adornada humildemente con una senyera  y una frase; “un bon grapat de roses porto a les meves mans; els petals, son les paraules. Cada paraula es un gracies, per la vostra amistad”. Abrí la puerta y un silencio bíblico inundo el ambiente. Después del entorno ruidoso de la calle, entrar allí era impactante. Se respiraba un trato muy especial por los libros, mucho cariño por los detalles, como de antaño. Quién sabe si años, cientos, de una tienda de barrio, que por arte de magia, aun se conservaba en una sociedad degradada por la electrónica y donde el papel, se había relegado a un plano menor.

Después de ojear detenidamente y apreciar la tapa dura de libros antiguos que jamás había visto, uno me atrajo llamándome la atención; era antiguo y en las letras resaltaba la imprenta de años atrás, como si de la mismísima época de oro se tratase; se titulaba “L’avinguda de la...”
-“L’avinguda de la llum”- escuché con una voz dulce, tan dulce que inmediatamente se me erizó la piel y el corazón, me dio un vuelco. Estaba a mi lado. – La escribió mi abuelo, era arquitecto de la línea de metro de Barcelona, y escritor. Era ella, Ana, no lo podía creer, la coincidencia de aquella tarde fue la más increíble que nunca había vivido en toda mi vida.

–Pensaba que no te iba a volver a ver- mi respuesta fluyó rápido, antes de que mi consciente intermediará y pensé que si tal vez fui algo brusco -. Ella, amagó con una sonrisa y continuó hablando, era tan dulce…
-Hay muchos secretos que no entendemos, y eso es lo que nos hace tener miedo, podría ser una buena contraportada para el libro de mi abuelo, el no creía en esas cosas-. Lo dijo con una expresión triste. Tenía un aire especial, como de otra época.

-Me lo quedo-. Ella, devolviendo su mirada, levantando sutilmente la cabeza y su ánimo me lo entregó y lo cobró. –Me llamo Ferrán- le dije-. Mientras, ella elaboraba las gestiones de cobro-. Le di las gracias y me dispuse a marchar, tenía que trabajar y ya me había entretenido suficiente. – ¿Cuándo te volveré a ver?- me atreví a decir-. Esperé su gesto y su respuesta. Me miró, como si esperase que pronunciara aquellas palabras.
-Vuelve mañana a las 10, cuando cierro la tienda, te puedo enseñar algunos secretos-. Sonrió.
El día transcurrió en una especie de nebulosa de ilusión que no dejaba centrarme en mis quehaceres. Era una especie de felicidad contenida, no sabía muy bien porque, pero no conseguía olvidarme de su sonrisa ni de la sonoridad de sus palabras, suaves y dulces. A sabiendas de lo que experimentaba me dejé llevar, hacía ya tiempo que me abandonaba a las causas pensando que ya había perdido suficiente al cuestionarme si debía o no debía dejar de sentir lo que me pedía el simple momento.

Al poco que quise, el tiempo de volver a verla se acercaba más y más, y ya apenas, quedaba media hora para poder verla. Ya estaba en el metro, contando las paradas. Me imaginaba como sería aquella tarde con ella. Alguien me dijo una vez que los sitios siempre cambian, por mucho que hayas estado antes, pues la compañía de las personas los hace diferentes. Y ella, era muy diferente a lo que conocía, pero, lo que no sabía es que aun viviendo en Barcelona, iría a un lugar totalmente desconocido para mí.
Mientras caminaba por el empedrado del paseo me volví a dejar por la dulce atmosfera que suponían las luces y el ambiente arrebatadamente bohemio y moderno que poseía la ciudad. Me la encontré cerrando el local, agachada, acabando de bloquear la  puerta, un segundo después, giró la cabeza, me miro con sus ojos iluminados – justo a tiempo- sonrió.


jueves, 11 de abril de 2013

Que es la moda, me pregunto esta noche


¿Qué es la moda?, me pregunto esta noche;

Después de un largo recorrido sin nada que contar, o más bien, sin ganas de hacer el esfuerzo de como contarlo, se me ocurren en un par o tres de cosas que podría escribir y que de verdad me llenan lo suficiente, como para reunir energía y reemprender esta empresa del blog.

Se trata de algo que va ligado a mi nueva realidad, pues hacia un tiempo, que desde que acabe mi trabajo en el Dos Cielos no conseguía encontrarme ni llenar mi cabeza de nuevos estímulos. Después de la fase “volver a tener una vida” que me ofreció el desempleo, poco a poco fui teniendo la necesidad de reinventarme al encontrar que la rutina en mi pueblo natal, seguía con la misma intención de no cambiar para nada, y eso, desde luego me hizo volver a saltar al vacío y dejarme llevar por lo que fuese que iba a toparme ahí fuera, así que ¿Cómo acaba la historia y a donde coño quiero llegar? Pues a que ahora trabajo en el mundo de la moda, con Massimo Dutti, después de pasar por una formación muy enriquecedora con Inditex, aquella empresa gallega tan famosa que esta dominando el mundo de la moda “low cost”.

El hecho es que recibir tantas nuevas ideas, procesarlas, conocerlas e interactuar con ellas, hacen que, inconscientemente, supongo que debido a mi naturaleza de querer hacerlo todo bien a costa de recibir ostias y soportarlas, hacen que mis pensamientos sufran estragos y formen ideas tan tangibles como las que me dispongo a contar. Entiendo que esto es un blog libre, tanto de pensamientos personales, como de historias varias que no dejan de expresar lo que siento, deformado así, en varias modalidades literarias, mis sinrazones.
Todo a llegado con la observación; dicen los fotógrafos, que solo conociendo tu cámara y todos los misterios que la rodean, más aún, sabiendo la luz que necesita en cada momento, se convertirá en una extensión de tu brazo, y solo así, valga la redundancia, empieza la creatividad. Pues algo así he alcanzado con mis pensamientos respecto al mundo de la moda y que representa. Por supuesto no tengo un nivel ni similar a la hora de vender mi producto, pero si a la hora de interpretarlo. Me fijo por las calles de Barcelona, y en extensión, recuerdo divertidamente un poco los casos que he vivido. Veo que la moda no es más que un elemento con perfil psicoanalítico donde la gente nos dice a gritos, quien quiere ser.

Quiero ser ese actor de cine que liga tanto, quiero ser ese chico tan rico y millonario que sale en las revistas, quiero ser ese futbolista, ese chico al que admiro por haber conseguido una chica tan guapa como su novia, quiero ser ese músico de heavy metal, rock, hip hop, rumbero, flamenco, dj de música electrónica, tecno, trance, drum n’ bass, quiero ser ese personaje de tal serie, quiero pertenecer a este grupo, porque, ¡son diferentes! o, por ideas políticas tanto nacionales, izquierdas, derechas, centro o anárquicas, quiero parecerme a mí padre, a aquellas modas de los 60’ 70’ 80’ 90’, quiero llevar la ropa de Bob Marley porque fumo porros, quiero tener ropa de tal diseñador, porque me lo puedo permitir, quiero ser normal, porque no sé quién soy. ¿Quién soy? Me miro a un espejo y lo descubro, aparto la mirada de él, y vuelvo a estar solo. Solo contigo.

 De ahí, surgen las modas ¿no es algo duro pensar así? Porque inconscientemente todos lo somos, o alguna vez lo hemos sido, y lo seguiremos siendo aun pensando que no. ¿o no? Que más dará ya, la moda la inventan algunos y los demás les copiamos.

Quiero agradecer la inspiración y, de paso, recomendar el blog "the sartorialist" de Scott Shuman.

Saludos.

viernes, 22 de febrero de 2013

Thomas Newman


Por una puerta entreabierta se cuela la luz del verano; una raya de luz se cuela por el pasillo empujada por una suave brisa que golpea cascaras de coco, sostenidas en el aire por un hilo muy fino y resonando cuidadosamente en el techo. Cortinas blancas se balancean por el aire, tranquilas, hermosas, soñando, bailan cerca de la ventana. Se escucha los murmullos de niños gritando a lo lejos, gritan de felicidad, están jugando.

Se abre una puerta por la corriente y otra se cierra bruscamente. De golpe, las ventanas dejan de lucir y se tornan grises. Una luz blanca se cuela ahora por la puerta y el aire se clava en la piel como cuchillos helados, el frio de la mañana se mezcla con una lluvia muy fina y por mucho que el viento grite, no inmuta a las cascaras de coco, que dejan de bailar.

Las cañerías del balcón brotan agua a borbotones, se despeja la niebla fina y se entrevén flores de mil colores y montañas pintadas de verdes claros y oscuros. Cerca de mí vuelan dos mariposas apareándose y me viene un súbito olor a tierra mojada que me estremece y me hace sonreír. Una música celestial suena cerca del ventanal y me dispongo a ver de qué se trata;


Llueven hojas marrones y recrean un paisaje en constante cambio. Todo se cubre de tonalidades marrones mientras el cielo, naranja, deja caer el sol y nos regala una puesta entre dos nubes que se pintan lentamente y mueren cuando el sol se va. Cae la noche, y, entre las montañas resuena una melodía que si te paras y cierras los ojos, respiras lentamente y atiendes a tus sentidos… sientes que no estás donde debes. Mientras, cae un pétalo de rosa y se posa en tu hombro.

Dedicado a la banda sonora de Thomas Newman en American Beauty, que escuchándola por error, me ha hecho intentar describir lo que sentía.



Saludos.

miércoles, 13 de febrero de 2013

Dos vidas




Se despertó en una pequeña casita con el murmullo del riachuelo que cruzaba cerca de su ventana. Estaba acostado con su mujer, aún se respiraba el incienso de aquella noche y los pájaros empezaban a piolar cerca del tragaluz. Se levantó. Eran poco más de las 7am y salió por la puerta. Se paseó por el matinal paisaje que le ofrecían las montañas verdes y admiró el contrasté con el cielo, de un azul turquesa tan intenso que le hizo emocionarse. Luego, vagando cerca de su portal admiró como los tomates ya estaban rojos y decidió coger un par. Prepararía algún sofrito para su mujer y disfrutaría del aroma de la cebolla friéndose en aceite de oliva.

Se despertó en su pequeño piso a la afueras de la ciudad. Era un barrio obrero, lleno de trabajadores y gente modesta. Eran las 7am y el malestar que le provocaban las drogas acabaría por matarle. Ese día se levantaría, desayunaría un café de sobre rápidamente en el microondas e iría a reclamar la paga de su despido, pues llevaba mucho tiempo detrás de ella y la hija de puta de recursos humanos nunca se había dignado a recibirle. Encendió su viejo coche a la tercera. El frio de ese invierno calaba hasta en el alma y nos dejaba deambulando por las escarchadas calles de aquel barrio tan gris.

Entró en su cabaña después del apacible paseo escuchando el canto de los pájaros. Su mujer le esperaba en el portal de la cabaña y se fundieron en un abrazo, se besaron y ella le susurró al oído    –gracias por el desayuno cariño, te quiero- más tarde le besó en la frente y salió a podar unas flores que empezaban a sobresalir por la verja del portal. El hombre, entro en la cocina de madera que se juró construir cuando era un joven idealista e inquieto, y allí, entre hortalizas y plantas aromáticas, empezó a preparar el arroz con todo el amor y cariño del mundo. Estaba en paz consigo mismo.

Entro por la puerta de la empresa como un rayo. No dio ni los buenos días a sus antiguos compañeros y se dirigió al ascensor. Choco con dos clientes pero ni se inmutó. Tenía los ojos inyectados en sangre. El dinero, las deudas, su actual divorció, la custodia de sus hijos… todo le daba vueltas y no podía sentir otra cosa que odio por la vida que había escogido. O mejor aún, por la vida que no había podido escoger. Abrió la puerta del despacho y apuntó con una pistola a la directora de recursos humanos. –Dame mi puto dinero hija de puta o te vuelo la cabeza- gritó entre la confusión de los oficinistas que no sabían cómo reaccionar-. Muchos se echaron al suelo muertos de miedo.

Apago los fogones, estaba todo listo, la mesa puesta y el vino encima. Comieron disfrutando de los aromas y sabores de tan conjugado majar. Luego, entre risas por la entretenida compañía que se ofrecían mutuamente se dispusieron a recoger la mesa y fregaron juntos la vajilla. Más tarde, se acostaron en aras de una apacible siesta. Hicieron el amor apasionadamente; sintiendo cada caricia, cada beso… los pájaros seguían piolando por el tragaluz. Se durmieron cogidos de la mano y entrelazando sus piernas, empezaron a soñar. Un día como otro cualquiera.

Apagó el interruptor de la luz una vez cogió el cheque. Varios hombres de seguridad de vislumbraban por el pasillo con linternas y perros. El hombre quedó acorralado por las fuerzas policiales y les preguntó si acaso sabían porque hacían lo que hacían. Uno de los agentes respondió    -baje el arma por el amor de dios o nos obligará a disparar- grito nervioso. El hombre, consciente de la gravedad en la que se sumergía apuntó al policía y como un rayo varios disparos se cebaron en el cuerpo de aquel pobre ser que yacía ya en el suelo con los ojos vidriosos e inyectados en sangre. Una lágrima le bajo por el rostro. Dejó escapar un último y leve suspiro.

Se despertó con el sabor de un beso en los labios y el fuego recién encendido. – ¿Cariño quieres ver una película? Con letras amarillas y en grande se leía; a film and screenplay by Quentín Tarantino.


Saludos.
                                       

domingo, 10 de febrero de 2013

Dormir tranquilo



La mañana amaneció gris entre tonos de frio y descontento. Un ligero y súbito dolor de estómago se apoderó de mí mientras me disponía a incorporarme del colchón. Me recorría la cabeza una chiquilla que emergía en mis sueños. Mujer sin rostro que me empujaba a recorrer lugares sin dejarse ver. Lugares increíbles, pintados de impresionismos y bagajes surrealistas. Me dispuse a dejarme llevar pues el dolor de aquella mañana me obligaba a permanecer quieto, entre las sabanas, sin estar despierto pero muy consciente y, para mi desgracia, en un mundo que no entendía ni podía controlar.

Hojas de parras centelleando luces de sol que sobrevolaban por pequeños encajes de luz. Luego, hojas más largas de color verde, como de palmera. Entre una blusa azul y un pelo largo emergía la figura de una mujer que no podía ver ni tocar. Solo me guiaba por lugares extraños y cambiantes al ser yo, quien, como extasiado por alguna droga, la seguía sin saber muy bien porque.

Logrando escapar de aquella ensoñación me incorporé a la realidad con cierto malestar. La cabeza me daba vueltas, probablemente era de aquellos días en los cuales los sueños te dejan exhausto.  Abrí la ventana y seguía nublado. El manto verde del paisaje se extendía entre tonos grisáceos y nubes bajas que invitaban a pensar en precipitaciones en forma de lluvia fina. Estaba en un pequeño refugio, en medio de algún lugar pináceo y naturalmente desierto.

Repoblando mi cabeza con pensamientos lucidos me dispuse a preparar la comida de hoy. Le estaba cogiendo el gusto a cocinar. Me ayudaba a concentrarme y con el tiempo había aprendido a sentir satisfacción por mezclar ingredientes y conjugarlos en deliciosos aromas y sabores. El olor del puchero se mezclaba con la música de Pink Floyd inundando un ambiente ya de por sí sosegado por las nubes, en algo místico y esclarecedor. Allí me encontraba, entre fantasmas de mi estado intemporal y pensando en aquella mujer que aun estando despierto me guiaba. Nada que una buena taza de té no hiciera olvidar. Pero seguía allí, solo. Emergido en un sueño que no llegaba a ser una pesadilla, pero por el que no sentía ninguna simpatía. 

Con el tiempo uno aprende a esconderse en sus pensamientos dejando libre a aras de la creatividad la siguiente cuestión; -¿cuál sería mi siguiente paso en aquella absurda situación que mi mente había creado?-. Me levanté, desatasqué la puerta de aquel refugio y abrí los ojos. Estaba en la ducha; y poco a poco, mi visión fue siendo algo más esclarecedora. Estaba de vuelta, de vuelta a casa. Inundando el baño de vapor. Agarrando la toalla con mis manos arrugadas por la humedad me dispuse a salir y contemplar el maravilloso espectáculo de los rallos de luz que se colaban por la ventana reflejándose en la espesa nube de vapor. En el espejo había algo escrito a dedo. Entre letras marcadas por el vaho se veía en grande; perdónate y duerme tranquilo. Pink Floyd seguía sonando. 

Saludos.

viernes, 1 de febrero de 2013

Salir por la puerta grande y entrar por la misma puerta pensando que es la de atrás es una tontería al alcance de muy pocos.


Como quien sale triunfador de una batalla en el coliseo de Roma; rodeado de flores y laureles en mi cabeza. Aplausos y lloros por la muchedumbre, de emoción, por descontado. Así salía yo, en brazos, como en términos toreros califican; “por la puerta grande”. Así solía ser yo. Bien visto por la sociedad, pero sobretodo, exponencialmente bienaventurado por los que creen en los valores de la sinrazón del siglo XXI. En cambio yo, cansado de tanto trabajar y exprimido por la masa capitalista, solo deseaba un tiempo de descanso, de relax; pensar, dormir, salir, escribir… conocer alguna mujer. En definitiva, sentirme algo vivo, no la mierda que supone el dualismo jefe trabajador que desemboca tanta presión y agobios. Así me veía hace un mes y así; me ven hoy en día.

-         - A que bien, ¿y que estudias?
-         - Pues no estudio ya, de hecho tampoco trabajo. Acabé hace un mes.
-          -Ah… - póstumamente me suelen lanzar una mirada de lastima-
-          -Pero estoy bien eh, me estoy tomando unos días de descanso

He cambiado los laureles por el pelo descuidado, una barba de tres días casual. Nada que ver con el prominente afeitado al que suponía mi piel cada mañana. Los madrugones ya no son tal y mis horas de sueño han crecido exponencialmente. Joder, estoy de puta madre. Ah, esto suele sentar mal pero; tengo un pisito en Barcelona en contrato de alquiler al cual he dejado de acudir asiduamente y lo he cambiado por el confort que me supone la casa de mis padres. Sí, pero como todos los que hemos vivido largas temporadas independizados sabemos que como en casa de los “papis” en ningún lado. Ya me cansaré, de hecho…

Cabe decir que no me siento realizado, y sin darles muchas vueltas al sentido de tal palabreja, siento que debo cambiar. ¿Cuán difícil se me hace seguir siempre en un mismo sitio? Maldigo y adoro un sentimiento que para muchos puede suponer el desastre más fatal de sus vidas. Destruir la monotonía de quien tiende por suponer que esta todo bajo control. Y eso, paradójicamente, es lo que construye mi futuro, ergo, temo por mi futuro al sentir que mi presente es sedentario. Bravo al lector si sigue leyendo, un abrazo. 

Saludos.

miércoles, 23 de enero de 2013

Erase una vez un ángel



Erase una vez un ángel que vivía una apacible vida eterna saltando de nube en nube, jugando con su perro y sus amigos. No entendía de obligaciones ni sufrimientos. Pues la vida allí era infinita y la energía irradiaba siempre alrededor.

Todo comenzó un día como otro cualquiera, cansado por la monotonía, le hablaron de unas criaturas singulares y débiles que le fascinaban. Unos personajes un tanto especiales que vivían allí abajo en lo terrenal. El, un chiquillo con inquietudes fuera de lo normal, tenía mucha curiosidad por ese mundo que le estaba prohibido. Pues los ángeles debían de clamar por la seguridad de los hombres y nunca mezclarse ni dejarse ver. Una tarde, escondido entre la puesta de sol, bajo la aterciopelada nube naranja de aquel atardecer, adopté forma humana. Más que nada para curiosear y ver que se cocía allí abajo. Era noche cerrada y se mezcló entre las sombras. 

Probó los vicios más recónditos del ser humano y experimento el dolor, la tristeza, la felicidad e incluso tuvo oportunidad de saborear el sexo, pues los ángeles carecían de él. Su vida dio un vuelco y decidió entregarse a los placeres. Era extraño. Allí abajo se sentía perdido. Su vida plena ya no era tal y comprendió que lo que el sentía como algo normal, en ese nuevo mundo era lo más anhelado. Le faltaba lo que todos deseaban; la felicidad, lo llamaban. Fue cuando comprendió que la tal felicidad era un simple estado interrumpido de la vida diaria. Superflua y finita en la mayoría de ocasiones. Suponía la más codiciada delicia entre los mortales. Pues la inmortalidad, tan normal como la vida misma, la dieron por pérdida hace ya tiempo y cabe decir, que la efeméride de la misma, era la envidia de los dioses. Lo más extraño de todo; empezó sentir la necesidad de encontrar la felicidad y de conseguirla a cualquier precio.

Entró en un bar y le preguntó a un señor con barba negra y pelo rizado. Camisa abierta y semejante descolocado. – ¿Caballero, podría usted indicarme dónde puedo encontrar la felicidad?- pregunté con aire apesadumbrado-.

Ese hombrecillo servía copas de cristal con alguna substancia líquida semejante al color cobre. Aunque era adorada como el oro mismo entre los clientes. Aquel hombre era el más idolatrado en aquel oscuro bar de mala muerte, todos le hablaban, le pedían favores y todo el mundo le respetaba. Seguro de que tenía mi respuesta, me apresuré a pedir consejo.  Mientras tanto, aquel demonio disfrazado de barista  me sirvió una copa de alguna substancia llamada Whiskey como asomaba en la etiqueta. Después de un largo rato el joven ángel se dejó caer sobre la barra de roble y empezó a no querer irse nunca de aquella maravillosa taberna, que ahora la idealizaba en sus sueños.

Allí estaba el ángel alicaído. Tejiendo ideas de como pasar la tarde que le había tocado vivir. Desfallecido por la intoxicación etílica y las drogas condescendientes. Escuchaba una sutil melodía que le transportaba volando a sus recuerdos de sus días en el reino celestial. Era la única manera que tenía el joven ángel de viajar. Pero al fin había encontrado su camino, un camino sin retorno. Se dijo que jamás dejaría que ninguna alma en pena pasaría una noche de tristeza y dolor siempre y cuando la pasara bebiendo en un bar. El otro día lo vi y me pedio que contará su historia, pero que no se engañasen, tantos años postrado en la barra aprendió que  solo el sufrimiento por amor merecía su presencia.

Saludos.

viernes, 18 de enero de 2013

Relato Corto

Tanto tiempo sin escribir tenía una explicación, y es que, ayudandome ciertamente de la inspiración que me supone escribir en este blog he creado una pequeña historia que espero que os guste, alla va;



La última carta

Francia, Paris.
La ciudad de Paris. Una calle bañada por la niebla y un museo ardiendo. Estaba solo en medio de la ciudad del Senna. Calles empedradas en la madrugada brillan por el naranja de las farolas. Se vislumbran sombras negras, pues la niebla juega entre las formas. Y no acabo de entender lo que veo. Me caigo desplomado al suelo. Alguien me ha golpeado en la cabeza y lo último que recuerdo son sus pasos corriendo, alejándose. Con la cabeza recostada en sangre y ojos secos, veo la Torre Eiffel ardiendo. ¡De fondo suena melodía Jazz!

Barcelona, 16:00 pm
Desperté.  Estaba en una habitación lúgubre. En una Barcelona triste por la falta de empleo y la precariedad. Estaba en casa sin saber cómo había llegado. Por aquel entonces yo estaba desangelado. Sonaba mi antiguo despertador con la emisora de RN3 en la que solía hacer radio años atrás. Antes del incidente. Apague la melodía y me quede despierto mirando hacia la puerta. -Hoy es el día-me dije-.

Me incorporé lentamente y abrí la ventana. Luego, me senté postrado en mi cama desecha y sucia. Ya nada importaba. No tenía horario, comía a deshoras y en fin. Ya nadie sabía mucho de mí. Decidí llevar la carga a mi manera. Sin molestar. El sol, que entraba por la ventana, me calentaba la espalda desnuda y fue entonces cuando decidí abrir el portátil. Sin pensarlo demasiado, y sin dejar que mis neuronas recuperaran su baremo por la noche pasada, me encendí un cigarrillo y empecé a escribir una carta. Pasé varias horas delante de una pantalla en blanco sin saber cómo empezar. Querida Elisabeth…-empecé-.




Por aquel entonces había publicado mi primera novela. Siempre he sido famoso por internet. La gente del mundillo me suele reconocer. Empecé con un simple blog en la red con trece años. Explicaba historias inventadas de profesores y  habladurías acerca de como nos escondíamos en los lavabos cuando sonaba la campana. El timbre ensordecedor indicaba, soberanamente, la vuelta de los chiquillos a clase. Nosotros, nos quedábamos allí, escondidos, con la adrenalina por las nubes. Éramos unos chavales imbéciles la verdad

El libro fue un éxito, direccioné mi carrera literaria a los relatos cortos y luego a novelas juveniles con bastante sexo explícito, alcohol y drogas, he de añadir. Me solían decir que tenía un nivel mucho más alto como para perder el tiempo escribiendo esos tontos tomos para adolescentes.

En realidad, solo pensaba en sacar partido a mi supuesto talento y ganar dinero. –No has madurado mucho desde el instituto- solía decirme mi novia, Elisabeth-. –Pero me gustas así-. Solía endulzarme. Me encantaba cuando me lo decía, con ese tono. A decir verdad, ella había sido lo único que me había mantenido fuera de las calles. Ella era, aunque suene a tópico, mi ángel de la guarda.

Más tarde, después de reflexionar acerca de mi pasado, me incorporé y me levanté de la cama. Abrí la puerta y me dirigí al salón, donde, me encontré todo desordenado en la penumbra. Era tarde. El tiempo invernal es así. Los días en mi rutina no lucían muy bien con el sol. Nos entendíamos mejor con horarios diferentes y, como todos los buenos días que me acontecían últimamente, despedí los últimos rayos de luz que se escondían entre los edificios ladrillados y la sutil neblina de contaminación que bañaba las colinas del Raval. Después, contemple el pequeño sofá; emergiendo entre la sombra clamando por mi lugar, me senté y encendí la mitad del cigarrillo que descansaba sobre el borde del cenicero. Mientras el fuego arrasaba la punta y absorbía el humo, me di cuenta de que aquello no era propiamente tabaco, era el rastro de mi lamento. Allí tumbado, entre ruido de tráfico y una ligera melodía “blues” proveniente de la calle. Comencé a desdibujarme y a ensoñar.

Jugando entre las butacas acolchadas se reflejaban láseres en el humo provenientes del teatro. Había un peculiar ambiente de fiesta en París. Entre pijos refinados y cigarrillos de Gardel nos encontrábamos Elisabeth y yo. Aguardando lo que sería la gran presentación de mí novela.
-Cariño, este lugar es muy delirante, mira ese señor con el sombrero ¿se cree que aún estamos en la belle epoque de la década de los veinte? Estoy cansado de la gente estancada en el pasado. Lo mejor de aquella época eran las películas porno y míralos ahora. Estábamos sentados, Elisabeth y yo. Contemplando la noche parisina desde alguna mesa en un famoso cabaret del barrio bohemio de Montmartre.
- No seas así, tenemos que ser educados, mira como nos están mirando esa pareja-     ubicando con la mirada la mesa de las trece-.
- No es culpa mía que tenga un público tan estúpido. Francamente hay que ser algo especial para pagar por mis libros y, a decir verdad, nos están subvencionando la cena y el espectáculo.

Fue entonces cuando la gala dio comienzo sobre el gran escenario logrado a base de tiras rojas de tela y adornos minimalistas. Un hombre con el traje oportuno se detuvo en frente del micrófono para relatar el discurso de presentación que daría paso a mi entrada. –Un montón de periodistas buscarán saber historias relacionadas con mis libros- murmuré hacia a mis adentros. Nunca ha aceptado que mis libros fuesen ciertamente autobiográficos. Y respeto a ese maldito discurso –Al fin y al cabo, si algo se me daba bien era escribir, y solo tenía que leer-.

Fue un éxito, me deje llevar por mi famoso carisma y la muchedumbre clamó en un aplauso atronador. Al fin la maldita gala había terminado y tenía toda la noche para pasarla junto a mi querida Elisabeth. Salimos por el gran porticón. Entre cámaras, flases y algún que otro autógrafo para alguna alma perdida, cogimos un taxi dirección Montparnasse. Había que descubrir los placeres de la ciudad del glamour así que, -vamos a emborracharnos- dije-.


Más tarde, ya tocando al final de la noche, descansábamos sobre la barra americana de roble. Estábamos borrachos, pero embriagados por las emociones y la dulzura que nos profesábamos. Estábamos subidos en una nube. Al fin nos iban bien las cosas; todo iba bien entre Elisabeth y yo, teníamos dinero y podíamos hacer planes; comprarnos una casa con jardín y una valla blanca de esas que veíamos en Sarria e incluso estaba dispuesto a satisfacer las fantasías de Elisabeth regalándole la mitad del maldito catálogo de Ikea a su placer. No sé si fue el destino, pero un simple acto biológico, natural e intransigente se apoderó de mí. -Los pequeños detalles marcan la diferencia- me habían repetido hasta el agotamiento durante mi educación-. Así que, sin saber bien que ocurriría minutos más tarde. Me fui a mear. 

A la vuelta, enfocando mi ubicación, y con la sensación esclarecedora de quien sale del baño en medio de un bar, lo vi. Nunca lo olvidaré, un hombre hablando con Elisabeth en el mismo taburete que yo ocupaba minutos antes. Recuerdo todos y cada uno de sus rasgos. Alto, moreno, recién afeitado, pelo largo engominado hacía atrás, ojos marrones y, lo peor de todo, aires de quien entiende que lo tiene todo bajo control.

Nunca me he dado por un hombre celoso, pero no soy imbécil, y sabía de la atracción que Elisabeth evocaba sobre los hombres. Era la envidia de los bares y allí donde iba todos me miraban con recelo. Era una sensación maravillosa. Así que me dispuse a acercarme y conocer aquel individuo de patillas perfiladas y ojos  ardientes de deseo clavados en los pechos de mi novia. Fue entonces, cuando hice el primer gesto de avance, que ella le arrojó el vaso de whiskey a la cara entre risas de la muchedumbre. El gesto fue inminente. El, cargado de rabia por la humillación, le propino un tortazo en toda la cara y la vi sangrar. A partir de ahí, debo decir, que perdí el control. No sé si fue el alcohol o la adrenalina que subió por mi estómago hasta la cabeza, que me borro la conciencia. Lo tuve claro; salté sobre ese hombre y comenzamos a pelear. Llegado el momento, me coloqué encima de él inmovilizando al susodicho con mis muslos. Un par o tres de puñetazos en la sien bastaron para entender que ese hombre ya no se movía y sangraba ligeramente por el oído. Una sensación de miedo y rabia se apoderó de mi cuando dos policías me detuvieron. Fue en ese preciso instante cuando lo entendí. Había destrozado mi vida en cuestión de segundos. Y he de añadir, que lo que claramente me destrozo el corazón, fue ver a Elisabeth mirándome con los ojos impregnados en sangre y llorando. Entre sirenas de policía y lluvia, desaparecí en la niebla.

Las semanas siguientes fueron mi escarmiento, el hecho de estar alejado de ella me afecto más de lo que jamás hubiese supuesto. Al parecer, por buen comportamiento y gracias a las autoridades me repatriaron a Barcelona con arresto domiciliario. A mi llegada a la ciudad condal ya nada volvió a ser igual. Mis amigos, mi familia y Elisabeth me dejaron de lado, pues la noticia había dado la vuelta al mundo; “un escritor asesina brutalmente a un hombre en París después de la gala de presentación de su primera y exitosa novela”. Cabe remarcar que esa fue la puntilla que consagró la novela como un best-seller. El arresto domiciliario solo acabaría el día en que las autoridades me viniesen a buscar para el juicio. Que a decir verdad, ya estaba pactado. Iría a la cárcel por asesinato; veinticinco años.  Y allí, entre la penumbra de los días que transcurrían sin darme cuenta, fui esperando hasta día de hoy. Anonadado por la televisión y los recuerdos.

Entonces, volví a mi consciencia y realidad. Era tarde. Estaba tumbado en el sofá de mi viejo apartamento del Raval. Sentía una ligera presión en mi cabeza pero aún tenía ciertos aires de lucidez. Sabía que en unas horas me vendrían a buscar y debía de estar allí;  preparado y perfumado para ser arrestado, como si se tratará de mi primera comunión, que nunca llegué a hacer, o la boda que nunca se propició. Fue entonces cuando me dije que debía volver a verla; me duché, me afeité y me vestí como, de hecho fué, el día de mi juicio final. Salí a la calle consciente de que eso podría suponer el fin de mis días de libertad. Compré un ramo de flores y pensé en dejarlo en la puerta de Elisabeth, en el barrio del Borne. Junto las flores dejaría la carta que relaté horas antes. Un vez lo hiciese, conduciría hasta perder la conciencia.




Más tarde, ya preparado para huir de aquel mundo que se había vuelto contra mí recordé las palabras que gustaba repetir con mi padre. Emulando las historias de Braveheart; podrían quitarme la vida, pero jamás la libertad. Y así, desaparecí entre la niebla de aquella madrugada. Con aires de melancolía, me despedí del barrio bohemio que me vio crecer y me enfrenté a la nueva aventura que estaba a punto de emprender.

Mientras conducía hacia el barrio gótico entre las calles empedradas del casco antiguo, barrido por la monotonía que supone conducir, el agotamiento por los nervios pasados y el temor de la incerteza que me esperaba, ensoñé durante un breve instante. Me vi levantándome del suelo empedrado de París. Entendí que mi sueño no acababa ahí. Lo que me dio un halo de esperanza. Vi mi cuerpo tendido en sangre. Lo miré con desdén y continué caminando bordeando el rio Senna mientras la Torre Eiffel acababa de consumirse entre las llamas.

Querida Elisabeth,

Lamento no ser lo suficientemente bueno para decírtelo a la cara. Y que no me dieras esa oportunidad. En fin, supongo que uno acaba por entenderlo. Desde que te fallé aquella noche no he podido dormir tranquilo. La culpa me ronda la cabeza todos los días y no es complicado saber que llevo toda una vida muriendo. Pues empecé a vivir cuando te conocí.

Estoy mejor, el tiempo pasa rápido y los días van y vienen. Los meses pasan y van y a veces, he de reconocer, que te olvido. Pero me culpo a mí mismo por hacerlo y más tarde, vuelves a mi más fuerte.




Aún me acuerdo de nosotros, paseando por el puerto de Barcelona. La primera vez que me atreví a darte la mano, y tú, aceptándola, la apretaste fuerte estrujando mis dedos entre los tuyos. Sentí por primera vez que todo cobraba sentido. Ese fue el mejor momento de mi vida sin dudarlo. El otro día lo soñé. Y maldecí los rayos de luz por despertarme y devolverme al infierno.

La sentencia fue más dura de lo que esperaba, sinceramente. Y entiendo que no quieras pasar más tiempo de tu vida con un recuerdo de lo que fui. Pero haré todo lo que este en mi mano para no volver a caer en el mismo error. Por cierto, mañana me vienen a buscar. Siempre que me perdones sabré donde encontrarte y si, aún te quedan fuerzas para verme, me regalaras un halo de esperanza.

Un perdedor que aún te quiere.


Saludos.





martes, 8 de enero de 2013

La Blogotheque, la ideas originales tienen que tener publicidad grátis

Paris, 2013 

Una calle bañada por la niebla y un museo ardiendo. Estaba solo en medio de la ciudad del Senna. Calles empedradas en la madrugada brillan por el naranja de las farolas. Se vislumbran sombras negras, pues la niebla juega entre las formas. Y no acabo de entender lo que veo. Me caigo desplomado al suelo. Alguien me ha golpeado en la cabeza y lo último que recuerdo son sus pasos corriendo, alejándose. Con la cabeza recostada en sangre y ojos secos veo la Torre Eiffel ardiendo. De fondo suena melodía Jazz!

Me despierto en un escritorio. Ha sido un sueño, o una pesadilla mas bien. Tengo el pulso a flor de piel. Mi cabeza descansa sobre el teclado y miro la primera dirección de YouTube;

http://www.blogotheque.net/

Sin saber muy bien por que, me llena la necesidad de descubrir que alberga esa página y como estupefacto me sumerjo en el contenido;
Algo que creí muerto. La música vuelve de donde nunca debería haber salido. Volvemos a la calle!

Disfrutar de la mágia y si no teneis muchas obligaciones para mas tarde... encenderos algo de hierba.

Saludos

lunes, 7 de enero de 2013

Dos Cielos

Me levanté entre desconcierto y sabanas caídas al suelo. Descanso y malestar por la ligera resaca de ayer. Y es que después de acabar cinco meses de trabajo duro hay que celebrarlo. Cerveza, cigarrillos, algo de hierba, buena conversación y buena gente en un piso bohemio de la Rambla del Poblenou. En la Barcelona mas trabajadora. Sonaba Beirut en la rádio;

http://www.youtube.com/watch?NR=1&v=dbGiDxg8kwM&feature=fvwp

Me incorpore incrédulo. La incerteza de los días que estaban por delante me abrumaba, y yo, allí, sentado, con los rayos de luz que pegaban en mi espalda desnuda por un sol cálido. Como prestado por otra estación. Comencé a escribir.

Los días en el Dos Cielos han sido duros. Llenos de trabajo y horas extras no remuneradas. He aprendido, si. Nunca pensé que llegaría a trabajar en la hosteleria de alto nivel por tanto tiempo. Y es que cinco meses trabajando dobles turnos de 6 horas cada uno se convierten en una eternidad. Pero me siento fuerte. Se que suena fuerte decirlo así, y para nada estaría siendo justo; pero, afronto los días venideros como quién ha pasado mucho tiempo en una carcel rehabilitandose y tiene ganas de enfrentarse al mundo y demostrarse a sí mismo de lo que uno es capaz.

Tengo muchas sensaciones en mi cabeza, pero largas o indescriptibles para expresarlas adecuadamente. Llegué de Inglaterra con ilusión. Mas pronto que tarde encontré un pequeño restaurante en un piso altísimo de una Barcelona melancolica por el desempleo. Me contrataron. Y allí me di cuenta de lo grande que era en realidad ese pedacito de cocina "nouvelle" a la que tanta gente famosa y adinerada acudía frecuentemente. He tenido la suerte de tener relación con gente como Xavi del Barça, Fito y Fitipaldis, Juanes y su increible novia, Risto Mejide y las bromas que me hacían cada vez que tenía que presentarle un plato. directivos de grandes empresas como Mediapro; Jaume Roures, Valencia fc o Villarreal. Y es que esto es un "show" de los buenos.

Hoy es un nuevo día y el sol ha decidido alumbrarlo, ayer fue el último día en mi "estrella michelin". Ultimo dia de tantos otros, hoy, es el primero del resto de mi vida.



Aquí os dejo el enlace del restaurant. 

http://www.doscielos.com/

Gracias por todo.

Saludos

sábado, 5 de enero de 2013

Sunday Smile

Tengo una rutina muy marcada. Cada mañana hago el mismo recorrido hacia el trabajo. Son solo cien metros. Debo reconocer que me lo monté bien en su día. Es un recorrido muy simple en el que siempre, o casi siempre, coinciden los mismos elementos. Ya sea por coincidencia o por horario mas bien. Simplemente hice cambiar algunos pequeños detalles.

Esta mañana me levanté. Y preparado como un robot, sin pensar demasiado, me puse en marcha. Curioso el hecho que no tenía sueño, he de añadir, y me encontraba genial. Me duche con agua caliente, toallas limpias e incluso no me afeite, pues no me había salido nada de barba esa noche. En fin, me dirigí a la cocina y ocurrió algo asombroso, fuera de lo normal. Allí me esperaba un desayuno increíble. Lo normal fuese haber calentado agua rápidamente para beberme un café mal hecho por las prisas. Pues bien, colocado como si de un escaparate se tratara; un café recién preparado, una tortilla francesa y unas rodajas de pan con tomate y aceite de oliva virgen extra. Todo esto decorado con una tarjeta que  daba los buenos días con una carita sonriente dibujada :). Sin saber muy bien si eso era real o un sueño lo acepté sin pensarlo demasiado.

La alegría de aquella mañana era extraña. Uno no se siente tan bien después de trabajar 12 horas la noche anterior. Y la anterior. Y la anterior. Apreté el botón del ascensor y se abrió inmediatamente. Como si me anduviera esperando. -Genial- me dije. Abrí el portal y salí a la calle. Caminé por mi ruta habitual. Es curioso como, para no pensar demasiado, nos marcamos una ruta. Seguí mi habitual paseo al curro hasta la altura de la nueva xarcutería que han abierto estas navidades; productos de primera calidad. Jamones ibéricos y demás productos "gourmet" . La gente suele mirar con recelo el escaparate. A todos nos emboba, es brillante y apetitoso  mirarlo a esas horas de la mañana.

La señora de dentro de la tienda, en el mostrador, me hacía señas con las manos. Y me la quedé mirando incrédulo de que fuese para mí. Mire alrededor mío y solo estaba yo. Saludé con vergüenza y ella me hizo un gesto como de hacía ella. Como pidiendome que entrara. Entré. Y ella me sonrió. Muy amablemente me comentó que me conocía de vista y que quería regalarme una cesta de navidad que le había sobrado. Y no sabia que hacer con ella. Me dio un vale y yo, encatado, al mismo tiempo que incrédulo, se lo agradecí. - ya tengo regalo de reyes para mis padres- pensé. 

Continué mi trayecto. Solo había avanzado cincuenta metros y había perdido mucho tiempo. Pero, por primera vez, iba muy bien de tiempo. Sonreí mirando el solecito que hacía ese día y continué caminando.
Me encontré con un abuelo trajeado. Siempre me lo encuentro. Solo, sentado en un banco con su galantería habitual. Al pasar por su costado me llamo la atención. -Chico!- me dijo. -Acercate muchacho-. Yo, sorprendido, le conteste. -Digame caballero- Si, he adquirido un lenguaje muy formal al tratar tanto con clientes.
-Joven, ¿usted tiene estudios? verá, me he jubilado hace una semana. Estoy buscando a alguien joven para empezar a trabajar en mi empresa-. -De que empresa se trata- le respondí. -Allí en frente- me dijo; Mediapro. Si usted quiere puede empezar mañana mismo. ¿Me estaban ofreciendo un trabajo? ¿de lo mío? ¿por la puta cara? Acepte acudir a la entrevista y me despedí después de intercambiar algunos datos.

Seguí mi camino, y, sorprendentemente, aún iba bien de tiempo. Llegué a la puerta de personal. Salude al recepcionista y subí las escaleras. Allí estaba ella. La rubita mas guapa del hotel. Siempre me sonríe, pero lo hace por compromiso. Algo debió ocurrir esa mañana porque se paro delante mió y se acerco lentamente a mi oído. Susurró algo que no entendí muy bien al estar pendientemente nervisoso de sentir el roce de sus labios en mi oreja. Después de que me aliñara con el olor de su pelo me empujo salvajemente al ascensor de personal y bloqueó el mismo con su llave maestra. Hicimos el amor durante no mas de diez minutos. La excitación creo una atmósfera perfecta para que esos diez minutos fueran suficientes y nos pudieramos incorporar como personas decente sin que nadie sospechase nada. Me dio una tarjeta con su nombre y su número, luego, me besó en la mejilla y se recogió el pelo recuperando su estilo mas profesional. Nos despedimos fugazmente y apreté el botón de mi correspondiente planta donde desarrollo mi puesto de trabajo. -Mírate que sonrisa llevas hoy, como se nota que es domingo, y mañana nos dan vacaciones-. 

Feliz día de reyes.

Saludos.

viernes, 4 de enero de 2013

La nube


Me voy a dormir cansado. Duermo en una nube que se evapora cada seis horas. Caigo de narices al suelo y me despierto con dolor de cabeza. -Que feliz sería yo si pudiera prolongar mi placer en la nube. Hay la nube. Prosigo mi andanza por el mundo terrenal buscando mi ropa. Me intento duchar cada noche para alargar unos minutos mi estancia allí arriba. Como me gusta y como lo añoro. Luego me rasgo la cara con cuchillas de afeitar. Y encima sale el agua fría -mierda de calentador- me digo-.

 Minutos mas tarde lleno un vaso de leche, habro la puerta suelta del microondas, café y azúcar. Abrigo de tres cuartos y salgo a la calle bajando por el ascensor. Hay un gran espejo que te recuerda que tienes cada vez peor cara. -Este trabajo acabará conmigo- me repito-.

Día tras día y mes tras mes. Te has acostumbrado a la esclavitud ¿para que? por un puñado de euros. Pero todo toca a su fin. -las patadas en el culo te hacen avanzar, sino dímelo dentro de seis meses- me comenta un compañero. Me quedo pensando. Todo se andará. Solo me quedan dos días de contrato. Pero nunca me había alegrado tanto una no renovación. 

Ahora, escribiendo en mi portátil a las tantas de la madrugada me voy volando a mi nube. No necesito pastillas, marihuana o alcohol. Esta vez me coloco solo pensando en la libertad que me llama.


Saludos.


jueves, 3 de enero de 2013

Hemingway, Henry Bukowsky, Hank Moody y Woddy Allen

Me presento como el escritor de este blog en la segunda entrada. Si, la primera fue el impulso que ha desarrollado toda la creatividad que necesitaba. El empujoncito. Así que, como si de un prologo se tratara, empiezo la introducción hoy mismo.

Los señores de ahí arriba son los responsables. Cada uno ha aportado su particular granito de arena a que yo despierte las ganas de escribir nuevamente. No sé cuanto durará. Parece que coincide con el inicio de año. Y se prolonga de la pena que me asoló la primera noche. Esta ha sido una de las principales responsables.

Y es que después de sentir en mis carnes ese sentimiento de "eres un alcohólico, las has cagado" me ha hecho entender mas en primera persona a los susodichos sujetos mas arriba nombrados. Alguno de ellos Premio Novel. El dolor es algo que despierta la esencia. Bukowsky aprendió a escribir, según el, porque su padre le pegaba con el cinturón tres veces al día. El solía decir, -dolor sin sentido-. Y paradojicamente, se lo agradecía así a su padre en una entrevista. -Aprendes a explicar con palabras claras el dolor- y eso, cala en la gente, digo yo.

Luego tenemos a Hemingway, borracho sufridor y mujeriego. Escritor de la "belle epoque" parisina. Noches de excesos y mujeres de bar. Premio Novel. Es interesante como de nuevo el dolor cobra sentido. Porque no se puede negar que quien llevé una vida así, no le guste sufrir, es poético, bohemio y esclarecedor. Guerras mundiales entre medio ayudan a que el miedo y la rabia que uno lleva dentro se plasme para los que ocultan talento.

Después tenemos el personaje ficticio de Hank Moody, de la serie americana "Californication", que sería la versión actual en pleno 2013. Un antiheroe perseguido por la culpa y la tristeza de no estar con el amor de su vida. Karen. Y cuando lo consigue entra nuevamente en un bucle traicionandose así mismo con el alcohol, drogas e infidelidades. En fin, poesía pura. Ambientado en Los Angeles. Música rock, whiskey, marihuana y mujeres de diseño.

¿Y que pinta el loco de Woody os preguntareis?. En el me influenció en una idea. Un cursioso paradigma a la orden del día; "cualquier época pasada fue mejor". Una constante insatisfacción del mundo en el que vivimos. Una añoranza de tiempos no vividos. Lo plasma muy bien en su película "Midnight in Paris".

Estos datos son los que me hacen pensar que la creatividad nace del dolor, del malestar, que de replantearse tanto el porque, uno acaba siendo auto destructivo. Esta desdicha se expulsa mediante la plasmación en lo que nos gusta clasificar como "arte". Véase diferentes disciplinas como la mas simple; Vomitar palabras. Que no es bonito de ver, pero todo el mundo sabe que a la larga sienta bien.

Saludos.

miércoles, 2 de enero de 2013

Contraportada de fín de año




Ventanas cerradas a medio claudicar, rejillas de luz se cuelan. Luceros azules se reflejan por las paredes, tunsgenos y tristes. La cabeza se ubica; ¿Dónde estoy? me pregunté. Por aquel entonces yo estaba desangelado.


 Y mientras recordaba, un escalofrío, subió por los dedos de los pies hasta llegar al pecho. Se enfrío el corazón. Se encogieron los músculos de la garganta y los ojos se humedecieron. Otra vez el alcohol había hecho meya en mis sentidos cuando, de repente, entro en mi sinrazón un profundo sentimiento de culpa que afloró de golpe y porrazo.


Desde una vista ajena me reencuentro solo en una habitación desordenada. Me incorporé entre perfumes de mujer y tabaco. Pero la cama estaba vacía lo lamenté-. Me levanté lentamente estirando extremidades y bostezando, me froté la cara con las manos. Los ojos se calibraron y empezaron a funcionar. Se vislumbró la ropa en el suelo. Y las imágenes de ayer bailaron sobre mí cabeza.


Fogonazos de calor y vasos de vidrio. Botellas de ginebra medio vacías en un hotel cerca del puerto. Una habitación pequeña. Con dos camas y dos chicas preciosas en cada una de ellas. Invitando a beber y yo, acomodado en la seguridad que otorga el estar bien acompañado, me deje llevar.


Fotogramas caminando por el puerto, cogido de la mano, seguro y feliz. Hechizado por la noche sin saber que no es magia lo que me hacía estar contento, sino un embrujo, magia negra.


Sonaba música y más copas de vidrio, barras americanas de madera y risas, fuego y cálidos susurros a distancias cortas. Más tarde enfados y lágrimas. Lágrimas en la playa y arena en los bolsillos, en las botas y en el pelo. Arena de reloj que arrastra el oleaje de la playa de Barcelona y va quemando el tiempo que nunca tendría.  Como el reflejo de la luna en el mar, me voy deshaciendo hasta deformarme en un ser irreconocible y perdido. Es tarde, pero de eso me daría cuenta al día siguiente. Cuando el fuego se apagase. 

Cuán difícil resulta pedir perdón, cuando te sabes exento de él. Lo único que te lleva a seguir adelante es ese desgarro en el toraxs. Ese maldito calambre dentro del pecho, una línea muy fina que supone ser feliz o sentir añoranza de algo que no pudo ser, y nunca se sabrá. Una pequeña e insignificante línea que como ocurre en muchos otros lugares, puede significar la paz, o la guerra. Me podría declarar una víctima de guerra me dije. Pero en el fondo un valedor de la misma merece ser juzgado. Y ahí estaba yo. Solo, delante de la culpa. Con la condicional, sabiendo que no la podía volver a cagar y sin abogado de oficio. Es entonces cuando decidí escribir esta carta.


Es cierto que herí el corazón de a quien había depositado cierta confianza en mí, es cierto que perdí el control aquella noche y no logro recordar claramente que ocurrió. No espero perdón, pues no soy merecedor de él, quizá una oportunidad estaría bien. Lo que sí que no me importa es luchar, y en eso es en lo poco que me puedo considerar bueno.


Finalmente me gustaría citar a Charles Bukowski con un poema no hay nada peor que cuando alguien sabe que es demasiado tarde


there are worse things than being alone but it often takes decades to realize this and most often when you do it's too late and there's nothing worse than too late


Aquí os dejo a pie de pagina al mitico Hank Bukowski, no tiene desperdicio; "Burn into this" http://www.youtube.com/watch?v=y4nyJnXhXKM

Saludos.