miércoles, 23 de enero de 2013

Erase una vez un ángel



Erase una vez un ángel que vivía una apacible vida eterna saltando de nube en nube, jugando con su perro y sus amigos. No entendía de obligaciones ni sufrimientos. Pues la vida allí era infinita y la energía irradiaba siempre alrededor.

Todo comenzó un día como otro cualquiera, cansado por la monotonía, le hablaron de unas criaturas singulares y débiles que le fascinaban. Unos personajes un tanto especiales que vivían allí abajo en lo terrenal. El, un chiquillo con inquietudes fuera de lo normal, tenía mucha curiosidad por ese mundo que le estaba prohibido. Pues los ángeles debían de clamar por la seguridad de los hombres y nunca mezclarse ni dejarse ver. Una tarde, escondido entre la puesta de sol, bajo la aterciopelada nube naranja de aquel atardecer, adopté forma humana. Más que nada para curiosear y ver que se cocía allí abajo. Era noche cerrada y se mezcló entre las sombras. 

Probó los vicios más recónditos del ser humano y experimento el dolor, la tristeza, la felicidad e incluso tuvo oportunidad de saborear el sexo, pues los ángeles carecían de él. Su vida dio un vuelco y decidió entregarse a los placeres. Era extraño. Allí abajo se sentía perdido. Su vida plena ya no era tal y comprendió que lo que el sentía como algo normal, en ese nuevo mundo era lo más anhelado. Le faltaba lo que todos deseaban; la felicidad, lo llamaban. Fue cuando comprendió que la tal felicidad era un simple estado interrumpido de la vida diaria. Superflua y finita en la mayoría de ocasiones. Suponía la más codiciada delicia entre los mortales. Pues la inmortalidad, tan normal como la vida misma, la dieron por pérdida hace ya tiempo y cabe decir, que la efeméride de la misma, era la envidia de los dioses. Lo más extraño de todo; empezó sentir la necesidad de encontrar la felicidad y de conseguirla a cualquier precio.

Entró en un bar y le preguntó a un señor con barba negra y pelo rizado. Camisa abierta y semejante descolocado. – ¿Caballero, podría usted indicarme dónde puedo encontrar la felicidad?- pregunté con aire apesadumbrado-.

Ese hombrecillo servía copas de cristal con alguna substancia líquida semejante al color cobre. Aunque era adorada como el oro mismo entre los clientes. Aquel hombre era el más idolatrado en aquel oscuro bar de mala muerte, todos le hablaban, le pedían favores y todo el mundo le respetaba. Seguro de que tenía mi respuesta, me apresuré a pedir consejo.  Mientras tanto, aquel demonio disfrazado de barista  me sirvió una copa de alguna substancia llamada Whiskey como asomaba en la etiqueta. Después de un largo rato el joven ángel se dejó caer sobre la barra de roble y empezó a no querer irse nunca de aquella maravillosa taberna, que ahora la idealizaba en sus sueños.

Allí estaba el ángel alicaído. Tejiendo ideas de como pasar la tarde que le había tocado vivir. Desfallecido por la intoxicación etílica y las drogas condescendientes. Escuchaba una sutil melodía que le transportaba volando a sus recuerdos de sus días en el reino celestial. Era la única manera que tenía el joven ángel de viajar. Pero al fin había encontrado su camino, un camino sin retorno. Se dijo que jamás dejaría que ninguna alma en pena pasaría una noche de tristeza y dolor siempre y cuando la pasara bebiendo en un bar. El otro día lo vi y me pedio que contará su historia, pero que no se engañasen, tantos años postrado en la barra aprendió que  solo el sufrimiento por amor merecía su presencia.

Saludos.

viernes, 18 de enero de 2013

Relato Corto

Tanto tiempo sin escribir tenía una explicación, y es que, ayudandome ciertamente de la inspiración que me supone escribir en este blog he creado una pequeña historia que espero que os guste, alla va;



La última carta

Francia, Paris.
La ciudad de Paris. Una calle bañada por la niebla y un museo ardiendo. Estaba solo en medio de la ciudad del Senna. Calles empedradas en la madrugada brillan por el naranja de las farolas. Se vislumbran sombras negras, pues la niebla juega entre las formas. Y no acabo de entender lo que veo. Me caigo desplomado al suelo. Alguien me ha golpeado en la cabeza y lo último que recuerdo son sus pasos corriendo, alejándose. Con la cabeza recostada en sangre y ojos secos, veo la Torre Eiffel ardiendo. ¡De fondo suena melodía Jazz!

Barcelona, 16:00 pm
Desperté.  Estaba en una habitación lúgubre. En una Barcelona triste por la falta de empleo y la precariedad. Estaba en casa sin saber cómo había llegado. Por aquel entonces yo estaba desangelado. Sonaba mi antiguo despertador con la emisora de RN3 en la que solía hacer radio años atrás. Antes del incidente. Apague la melodía y me quede despierto mirando hacia la puerta. -Hoy es el día-me dije-.

Me incorporé lentamente y abrí la ventana. Luego, me senté postrado en mi cama desecha y sucia. Ya nada importaba. No tenía horario, comía a deshoras y en fin. Ya nadie sabía mucho de mí. Decidí llevar la carga a mi manera. Sin molestar. El sol, que entraba por la ventana, me calentaba la espalda desnuda y fue entonces cuando decidí abrir el portátil. Sin pensarlo demasiado, y sin dejar que mis neuronas recuperaran su baremo por la noche pasada, me encendí un cigarrillo y empecé a escribir una carta. Pasé varias horas delante de una pantalla en blanco sin saber cómo empezar. Querida Elisabeth…-empecé-.




Por aquel entonces había publicado mi primera novela. Siempre he sido famoso por internet. La gente del mundillo me suele reconocer. Empecé con un simple blog en la red con trece años. Explicaba historias inventadas de profesores y  habladurías acerca de como nos escondíamos en los lavabos cuando sonaba la campana. El timbre ensordecedor indicaba, soberanamente, la vuelta de los chiquillos a clase. Nosotros, nos quedábamos allí, escondidos, con la adrenalina por las nubes. Éramos unos chavales imbéciles la verdad

El libro fue un éxito, direccioné mi carrera literaria a los relatos cortos y luego a novelas juveniles con bastante sexo explícito, alcohol y drogas, he de añadir. Me solían decir que tenía un nivel mucho más alto como para perder el tiempo escribiendo esos tontos tomos para adolescentes.

En realidad, solo pensaba en sacar partido a mi supuesto talento y ganar dinero. –No has madurado mucho desde el instituto- solía decirme mi novia, Elisabeth-. –Pero me gustas así-. Solía endulzarme. Me encantaba cuando me lo decía, con ese tono. A decir verdad, ella había sido lo único que me había mantenido fuera de las calles. Ella era, aunque suene a tópico, mi ángel de la guarda.

Más tarde, después de reflexionar acerca de mi pasado, me incorporé y me levanté de la cama. Abrí la puerta y me dirigí al salón, donde, me encontré todo desordenado en la penumbra. Era tarde. El tiempo invernal es así. Los días en mi rutina no lucían muy bien con el sol. Nos entendíamos mejor con horarios diferentes y, como todos los buenos días que me acontecían últimamente, despedí los últimos rayos de luz que se escondían entre los edificios ladrillados y la sutil neblina de contaminación que bañaba las colinas del Raval. Después, contemple el pequeño sofá; emergiendo entre la sombra clamando por mi lugar, me senté y encendí la mitad del cigarrillo que descansaba sobre el borde del cenicero. Mientras el fuego arrasaba la punta y absorbía el humo, me di cuenta de que aquello no era propiamente tabaco, era el rastro de mi lamento. Allí tumbado, entre ruido de tráfico y una ligera melodía “blues” proveniente de la calle. Comencé a desdibujarme y a ensoñar.

Jugando entre las butacas acolchadas se reflejaban láseres en el humo provenientes del teatro. Había un peculiar ambiente de fiesta en París. Entre pijos refinados y cigarrillos de Gardel nos encontrábamos Elisabeth y yo. Aguardando lo que sería la gran presentación de mí novela.
-Cariño, este lugar es muy delirante, mira ese señor con el sombrero ¿se cree que aún estamos en la belle epoque de la década de los veinte? Estoy cansado de la gente estancada en el pasado. Lo mejor de aquella época eran las películas porno y míralos ahora. Estábamos sentados, Elisabeth y yo. Contemplando la noche parisina desde alguna mesa en un famoso cabaret del barrio bohemio de Montmartre.
- No seas así, tenemos que ser educados, mira como nos están mirando esa pareja-     ubicando con la mirada la mesa de las trece-.
- No es culpa mía que tenga un público tan estúpido. Francamente hay que ser algo especial para pagar por mis libros y, a decir verdad, nos están subvencionando la cena y el espectáculo.

Fue entonces cuando la gala dio comienzo sobre el gran escenario logrado a base de tiras rojas de tela y adornos minimalistas. Un hombre con el traje oportuno se detuvo en frente del micrófono para relatar el discurso de presentación que daría paso a mi entrada. –Un montón de periodistas buscarán saber historias relacionadas con mis libros- murmuré hacia a mis adentros. Nunca ha aceptado que mis libros fuesen ciertamente autobiográficos. Y respeto a ese maldito discurso –Al fin y al cabo, si algo se me daba bien era escribir, y solo tenía que leer-.

Fue un éxito, me deje llevar por mi famoso carisma y la muchedumbre clamó en un aplauso atronador. Al fin la maldita gala había terminado y tenía toda la noche para pasarla junto a mi querida Elisabeth. Salimos por el gran porticón. Entre cámaras, flases y algún que otro autógrafo para alguna alma perdida, cogimos un taxi dirección Montparnasse. Había que descubrir los placeres de la ciudad del glamour así que, -vamos a emborracharnos- dije-.


Más tarde, ya tocando al final de la noche, descansábamos sobre la barra americana de roble. Estábamos borrachos, pero embriagados por las emociones y la dulzura que nos profesábamos. Estábamos subidos en una nube. Al fin nos iban bien las cosas; todo iba bien entre Elisabeth y yo, teníamos dinero y podíamos hacer planes; comprarnos una casa con jardín y una valla blanca de esas que veíamos en Sarria e incluso estaba dispuesto a satisfacer las fantasías de Elisabeth regalándole la mitad del maldito catálogo de Ikea a su placer. No sé si fue el destino, pero un simple acto biológico, natural e intransigente se apoderó de mí. -Los pequeños detalles marcan la diferencia- me habían repetido hasta el agotamiento durante mi educación-. Así que, sin saber bien que ocurriría minutos más tarde. Me fui a mear. 

A la vuelta, enfocando mi ubicación, y con la sensación esclarecedora de quien sale del baño en medio de un bar, lo vi. Nunca lo olvidaré, un hombre hablando con Elisabeth en el mismo taburete que yo ocupaba minutos antes. Recuerdo todos y cada uno de sus rasgos. Alto, moreno, recién afeitado, pelo largo engominado hacía atrás, ojos marrones y, lo peor de todo, aires de quien entiende que lo tiene todo bajo control.

Nunca me he dado por un hombre celoso, pero no soy imbécil, y sabía de la atracción que Elisabeth evocaba sobre los hombres. Era la envidia de los bares y allí donde iba todos me miraban con recelo. Era una sensación maravillosa. Así que me dispuse a acercarme y conocer aquel individuo de patillas perfiladas y ojos  ardientes de deseo clavados en los pechos de mi novia. Fue entonces, cuando hice el primer gesto de avance, que ella le arrojó el vaso de whiskey a la cara entre risas de la muchedumbre. El gesto fue inminente. El, cargado de rabia por la humillación, le propino un tortazo en toda la cara y la vi sangrar. A partir de ahí, debo decir, que perdí el control. No sé si fue el alcohol o la adrenalina que subió por mi estómago hasta la cabeza, que me borro la conciencia. Lo tuve claro; salté sobre ese hombre y comenzamos a pelear. Llegado el momento, me coloqué encima de él inmovilizando al susodicho con mis muslos. Un par o tres de puñetazos en la sien bastaron para entender que ese hombre ya no se movía y sangraba ligeramente por el oído. Una sensación de miedo y rabia se apoderó de mi cuando dos policías me detuvieron. Fue en ese preciso instante cuando lo entendí. Había destrozado mi vida en cuestión de segundos. Y he de añadir, que lo que claramente me destrozo el corazón, fue ver a Elisabeth mirándome con los ojos impregnados en sangre y llorando. Entre sirenas de policía y lluvia, desaparecí en la niebla.

Las semanas siguientes fueron mi escarmiento, el hecho de estar alejado de ella me afecto más de lo que jamás hubiese supuesto. Al parecer, por buen comportamiento y gracias a las autoridades me repatriaron a Barcelona con arresto domiciliario. A mi llegada a la ciudad condal ya nada volvió a ser igual. Mis amigos, mi familia y Elisabeth me dejaron de lado, pues la noticia había dado la vuelta al mundo; “un escritor asesina brutalmente a un hombre en París después de la gala de presentación de su primera y exitosa novela”. Cabe remarcar que esa fue la puntilla que consagró la novela como un best-seller. El arresto domiciliario solo acabaría el día en que las autoridades me viniesen a buscar para el juicio. Que a decir verdad, ya estaba pactado. Iría a la cárcel por asesinato; veinticinco años.  Y allí, entre la penumbra de los días que transcurrían sin darme cuenta, fui esperando hasta día de hoy. Anonadado por la televisión y los recuerdos.

Entonces, volví a mi consciencia y realidad. Era tarde. Estaba tumbado en el sofá de mi viejo apartamento del Raval. Sentía una ligera presión en mi cabeza pero aún tenía ciertos aires de lucidez. Sabía que en unas horas me vendrían a buscar y debía de estar allí;  preparado y perfumado para ser arrestado, como si se tratará de mi primera comunión, que nunca llegué a hacer, o la boda que nunca se propició. Fue entonces cuando me dije que debía volver a verla; me duché, me afeité y me vestí como, de hecho fué, el día de mi juicio final. Salí a la calle consciente de que eso podría suponer el fin de mis días de libertad. Compré un ramo de flores y pensé en dejarlo en la puerta de Elisabeth, en el barrio del Borne. Junto las flores dejaría la carta que relaté horas antes. Un vez lo hiciese, conduciría hasta perder la conciencia.




Más tarde, ya preparado para huir de aquel mundo que se había vuelto contra mí recordé las palabras que gustaba repetir con mi padre. Emulando las historias de Braveheart; podrían quitarme la vida, pero jamás la libertad. Y así, desaparecí entre la niebla de aquella madrugada. Con aires de melancolía, me despedí del barrio bohemio que me vio crecer y me enfrenté a la nueva aventura que estaba a punto de emprender.

Mientras conducía hacia el barrio gótico entre las calles empedradas del casco antiguo, barrido por la monotonía que supone conducir, el agotamiento por los nervios pasados y el temor de la incerteza que me esperaba, ensoñé durante un breve instante. Me vi levantándome del suelo empedrado de París. Entendí que mi sueño no acababa ahí. Lo que me dio un halo de esperanza. Vi mi cuerpo tendido en sangre. Lo miré con desdén y continué caminando bordeando el rio Senna mientras la Torre Eiffel acababa de consumirse entre las llamas.

Querida Elisabeth,

Lamento no ser lo suficientemente bueno para decírtelo a la cara. Y que no me dieras esa oportunidad. En fin, supongo que uno acaba por entenderlo. Desde que te fallé aquella noche no he podido dormir tranquilo. La culpa me ronda la cabeza todos los días y no es complicado saber que llevo toda una vida muriendo. Pues empecé a vivir cuando te conocí.

Estoy mejor, el tiempo pasa rápido y los días van y vienen. Los meses pasan y van y a veces, he de reconocer, que te olvido. Pero me culpo a mí mismo por hacerlo y más tarde, vuelves a mi más fuerte.




Aún me acuerdo de nosotros, paseando por el puerto de Barcelona. La primera vez que me atreví a darte la mano, y tú, aceptándola, la apretaste fuerte estrujando mis dedos entre los tuyos. Sentí por primera vez que todo cobraba sentido. Ese fue el mejor momento de mi vida sin dudarlo. El otro día lo soñé. Y maldecí los rayos de luz por despertarme y devolverme al infierno.

La sentencia fue más dura de lo que esperaba, sinceramente. Y entiendo que no quieras pasar más tiempo de tu vida con un recuerdo de lo que fui. Pero haré todo lo que este en mi mano para no volver a caer en el mismo error. Por cierto, mañana me vienen a buscar. Siempre que me perdones sabré donde encontrarte y si, aún te quedan fuerzas para verme, me regalaras un halo de esperanza.

Un perdedor que aún te quiere.


Saludos.





martes, 8 de enero de 2013

La Blogotheque, la ideas originales tienen que tener publicidad grátis

Paris, 2013 

Una calle bañada por la niebla y un museo ardiendo. Estaba solo en medio de la ciudad del Senna. Calles empedradas en la madrugada brillan por el naranja de las farolas. Se vislumbran sombras negras, pues la niebla juega entre las formas. Y no acabo de entender lo que veo. Me caigo desplomado al suelo. Alguien me ha golpeado en la cabeza y lo último que recuerdo son sus pasos corriendo, alejándose. Con la cabeza recostada en sangre y ojos secos veo la Torre Eiffel ardiendo. De fondo suena melodía Jazz!

Me despierto en un escritorio. Ha sido un sueño, o una pesadilla mas bien. Tengo el pulso a flor de piel. Mi cabeza descansa sobre el teclado y miro la primera dirección de YouTube;

http://www.blogotheque.net/

Sin saber muy bien por que, me llena la necesidad de descubrir que alberga esa página y como estupefacto me sumerjo en el contenido;
Algo que creí muerto. La música vuelve de donde nunca debería haber salido. Volvemos a la calle!

Disfrutar de la mágia y si no teneis muchas obligaciones para mas tarde... encenderos algo de hierba.

Saludos

lunes, 7 de enero de 2013

Dos Cielos

Me levanté entre desconcierto y sabanas caídas al suelo. Descanso y malestar por la ligera resaca de ayer. Y es que después de acabar cinco meses de trabajo duro hay que celebrarlo. Cerveza, cigarrillos, algo de hierba, buena conversación y buena gente en un piso bohemio de la Rambla del Poblenou. En la Barcelona mas trabajadora. Sonaba Beirut en la rádio;

http://www.youtube.com/watch?NR=1&v=dbGiDxg8kwM&feature=fvwp

Me incorpore incrédulo. La incerteza de los días que estaban por delante me abrumaba, y yo, allí, sentado, con los rayos de luz que pegaban en mi espalda desnuda por un sol cálido. Como prestado por otra estación. Comencé a escribir.

Los días en el Dos Cielos han sido duros. Llenos de trabajo y horas extras no remuneradas. He aprendido, si. Nunca pensé que llegaría a trabajar en la hosteleria de alto nivel por tanto tiempo. Y es que cinco meses trabajando dobles turnos de 6 horas cada uno se convierten en una eternidad. Pero me siento fuerte. Se que suena fuerte decirlo así, y para nada estaría siendo justo; pero, afronto los días venideros como quién ha pasado mucho tiempo en una carcel rehabilitandose y tiene ganas de enfrentarse al mundo y demostrarse a sí mismo de lo que uno es capaz.

Tengo muchas sensaciones en mi cabeza, pero largas o indescriptibles para expresarlas adecuadamente. Llegué de Inglaterra con ilusión. Mas pronto que tarde encontré un pequeño restaurante en un piso altísimo de una Barcelona melancolica por el desempleo. Me contrataron. Y allí me di cuenta de lo grande que era en realidad ese pedacito de cocina "nouvelle" a la que tanta gente famosa y adinerada acudía frecuentemente. He tenido la suerte de tener relación con gente como Xavi del Barça, Fito y Fitipaldis, Juanes y su increible novia, Risto Mejide y las bromas que me hacían cada vez que tenía que presentarle un plato. directivos de grandes empresas como Mediapro; Jaume Roures, Valencia fc o Villarreal. Y es que esto es un "show" de los buenos.

Hoy es un nuevo día y el sol ha decidido alumbrarlo, ayer fue el último día en mi "estrella michelin". Ultimo dia de tantos otros, hoy, es el primero del resto de mi vida.



Aquí os dejo el enlace del restaurant. 

http://www.doscielos.com/

Gracias por todo.

Saludos

sábado, 5 de enero de 2013

Sunday Smile

Tengo una rutina muy marcada. Cada mañana hago el mismo recorrido hacia el trabajo. Son solo cien metros. Debo reconocer que me lo monté bien en su día. Es un recorrido muy simple en el que siempre, o casi siempre, coinciden los mismos elementos. Ya sea por coincidencia o por horario mas bien. Simplemente hice cambiar algunos pequeños detalles.

Esta mañana me levanté. Y preparado como un robot, sin pensar demasiado, me puse en marcha. Curioso el hecho que no tenía sueño, he de añadir, y me encontraba genial. Me duche con agua caliente, toallas limpias e incluso no me afeite, pues no me había salido nada de barba esa noche. En fin, me dirigí a la cocina y ocurrió algo asombroso, fuera de lo normal. Allí me esperaba un desayuno increíble. Lo normal fuese haber calentado agua rápidamente para beberme un café mal hecho por las prisas. Pues bien, colocado como si de un escaparate se tratara; un café recién preparado, una tortilla francesa y unas rodajas de pan con tomate y aceite de oliva virgen extra. Todo esto decorado con una tarjeta que  daba los buenos días con una carita sonriente dibujada :). Sin saber muy bien si eso era real o un sueño lo acepté sin pensarlo demasiado.

La alegría de aquella mañana era extraña. Uno no se siente tan bien después de trabajar 12 horas la noche anterior. Y la anterior. Y la anterior. Apreté el botón del ascensor y se abrió inmediatamente. Como si me anduviera esperando. -Genial- me dije. Abrí el portal y salí a la calle. Caminé por mi ruta habitual. Es curioso como, para no pensar demasiado, nos marcamos una ruta. Seguí mi habitual paseo al curro hasta la altura de la nueva xarcutería que han abierto estas navidades; productos de primera calidad. Jamones ibéricos y demás productos "gourmet" . La gente suele mirar con recelo el escaparate. A todos nos emboba, es brillante y apetitoso  mirarlo a esas horas de la mañana.

La señora de dentro de la tienda, en el mostrador, me hacía señas con las manos. Y me la quedé mirando incrédulo de que fuese para mí. Mire alrededor mío y solo estaba yo. Saludé con vergüenza y ella me hizo un gesto como de hacía ella. Como pidiendome que entrara. Entré. Y ella me sonrió. Muy amablemente me comentó que me conocía de vista y que quería regalarme una cesta de navidad que le había sobrado. Y no sabia que hacer con ella. Me dio un vale y yo, encatado, al mismo tiempo que incrédulo, se lo agradecí. - ya tengo regalo de reyes para mis padres- pensé. 

Continué mi trayecto. Solo había avanzado cincuenta metros y había perdido mucho tiempo. Pero, por primera vez, iba muy bien de tiempo. Sonreí mirando el solecito que hacía ese día y continué caminando.
Me encontré con un abuelo trajeado. Siempre me lo encuentro. Solo, sentado en un banco con su galantería habitual. Al pasar por su costado me llamo la atención. -Chico!- me dijo. -Acercate muchacho-. Yo, sorprendido, le conteste. -Digame caballero- Si, he adquirido un lenguaje muy formal al tratar tanto con clientes.
-Joven, ¿usted tiene estudios? verá, me he jubilado hace una semana. Estoy buscando a alguien joven para empezar a trabajar en mi empresa-. -De que empresa se trata- le respondí. -Allí en frente- me dijo; Mediapro. Si usted quiere puede empezar mañana mismo. ¿Me estaban ofreciendo un trabajo? ¿de lo mío? ¿por la puta cara? Acepte acudir a la entrevista y me despedí después de intercambiar algunos datos.

Seguí mi camino, y, sorprendentemente, aún iba bien de tiempo. Llegué a la puerta de personal. Salude al recepcionista y subí las escaleras. Allí estaba ella. La rubita mas guapa del hotel. Siempre me sonríe, pero lo hace por compromiso. Algo debió ocurrir esa mañana porque se paro delante mió y se acerco lentamente a mi oído. Susurró algo que no entendí muy bien al estar pendientemente nervisoso de sentir el roce de sus labios en mi oreja. Después de que me aliñara con el olor de su pelo me empujo salvajemente al ascensor de personal y bloqueó el mismo con su llave maestra. Hicimos el amor durante no mas de diez minutos. La excitación creo una atmósfera perfecta para que esos diez minutos fueran suficientes y nos pudieramos incorporar como personas decente sin que nadie sospechase nada. Me dio una tarjeta con su nombre y su número, luego, me besó en la mejilla y se recogió el pelo recuperando su estilo mas profesional. Nos despedimos fugazmente y apreté el botón de mi correspondiente planta donde desarrollo mi puesto de trabajo. -Mírate que sonrisa llevas hoy, como se nota que es domingo, y mañana nos dan vacaciones-. 

Feliz día de reyes.

Saludos.

viernes, 4 de enero de 2013

La nube


Me voy a dormir cansado. Duermo en una nube que se evapora cada seis horas. Caigo de narices al suelo y me despierto con dolor de cabeza. -Que feliz sería yo si pudiera prolongar mi placer en la nube. Hay la nube. Prosigo mi andanza por el mundo terrenal buscando mi ropa. Me intento duchar cada noche para alargar unos minutos mi estancia allí arriba. Como me gusta y como lo añoro. Luego me rasgo la cara con cuchillas de afeitar. Y encima sale el agua fría -mierda de calentador- me digo-.

 Minutos mas tarde lleno un vaso de leche, habro la puerta suelta del microondas, café y azúcar. Abrigo de tres cuartos y salgo a la calle bajando por el ascensor. Hay un gran espejo que te recuerda que tienes cada vez peor cara. -Este trabajo acabará conmigo- me repito-.

Día tras día y mes tras mes. Te has acostumbrado a la esclavitud ¿para que? por un puñado de euros. Pero todo toca a su fin. -las patadas en el culo te hacen avanzar, sino dímelo dentro de seis meses- me comenta un compañero. Me quedo pensando. Todo se andará. Solo me quedan dos días de contrato. Pero nunca me había alegrado tanto una no renovación. 

Ahora, escribiendo en mi portátil a las tantas de la madrugada me voy volando a mi nube. No necesito pastillas, marihuana o alcohol. Esta vez me coloco solo pensando en la libertad que me llama.


Saludos.


jueves, 3 de enero de 2013

Hemingway, Henry Bukowsky, Hank Moody y Woddy Allen

Me presento como el escritor de este blog en la segunda entrada. Si, la primera fue el impulso que ha desarrollado toda la creatividad que necesitaba. El empujoncito. Así que, como si de un prologo se tratara, empiezo la introducción hoy mismo.

Los señores de ahí arriba son los responsables. Cada uno ha aportado su particular granito de arena a que yo despierte las ganas de escribir nuevamente. No sé cuanto durará. Parece que coincide con el inicio de año. Y se prolonga de la pena que me asoló la primera noche. Esta ha sido una de las principales responsables.

Y es que después de sentir en mis carnes ese sentimiento de "eres un alcohólico, las has cagado" me ha hecho entender mas en primera persona a los susodichos sujetos mas arriba nombrados. Alguno de ellos Premio Novel. El dolor es algo que despierta la esencia. Bukowsky aprendió a escribir, según el, porque su padre le pegaba con el cinturón tres veces al día. El solía decir, -dolor sin sentido-. Y paradojicamente, se lo agradecía así a su padre en una entrevista. -Aprendes a explicar con palabras claras el dolor- y eso, cala en la gente, digo yo.

Luego tenemos a Hemingway, borracho sufridor y mujeriego. Escritor de la "belle epoque" parisina. Noches de excesos y mujeres de bar. Premio Novel. Es interesante como de nuevo el dolor cobra sentido. Porque no se puede negar que quien llevé una vida así, no le guste sufrir, es poético, bohemio y esclarecedor. Guerras mundiales entre medio ayudan a que el miedo y la rabia que uno lleva dentro se plasme para los que ocultan talento.

Después tenemos el personaje ficticio de Hank Moody, de la serie americana "Californication", que sería la versión actual en pleno 2013. Un antiheroe perseguido por la culpa y la tristeza de no estar con el amor de su vida. Karen. Y cuando lo consigue entra nuevamente en un bucle traicionandose así mismo con el alcohol, drogas e infidelidades. En fin, poesía pura. Ambientado en Los Angeles. Música rock, whiskey, marihuana y mujeres de diseño.

¿Y que pinta el loco de Woody os preguntareis?. En el me influenció en una idea. Un cursioso paradigma a la orden del día; "cualquier época pasada fue mejor". Una constante insatisfacción del mundo en el que vivimos. Una añoranza de tiempos no vividos. Lo plasma muy bien en su película "Midnight in Paris".

Estos datos son los que me hacen pensar que la creatividad nace del dolor, del malestar, que de replantearse tanto el porque, uno acaba siendo auto destructivo. Esta desdicha se expulsa mediante la plasmación en lo que nos gusta clasificar como "arte". Véase diferentes disciplinas como la mas simple; Vomitar palabras. Que no es bonito de ver, pero todo el mundo sabe que a la larga sienta bien.

Saludos.

miércoles, 2 de enero de 2013

Contraportada de fín de año




Ventanas cerradas a medio claudicar, rejillas de luz se cuelan. Luceros azules se reflejan por las paredes, tunsgenos y tristes. La cabeza se ubica; ¿Dónde estoy? me pregunté. Por aquel entonces yo estaba desangelado.


 Y mientras recordaba, un escalofrío, subió por los dedos de los pies hasta llegar al pecho. Se enfrío el corazón. Se encogieron los músculos de la garganta y los ojos se humedecieron. Otra vez el alcohol había hecho meya en mis sentidos cuando, de repente, entro en mi sinrazón un profundo sentimiento de culpa que afloró de golpe y porrazo.


Desde una vista ajena me reencuentro solo en una habitación desordenada. Me incorporé entre perfumes de mujer y tabaco. Pero la cama estaba vacía lo lamenté-. Me levanté lentamente estirando extremidades y bostezando, me froté la cara con las manos. Los ojos se calibraron y empezaron a funcionar. Se vislumbró la ropa en el suelo. Y las imágenes de ayer bailaron sobre mí cabeza.


Fogonazos de calor y vasos de vidrio. Botellas de ginebra medio vacías en un hotel cerca del puerto. Una habitación pequeña. Con dos camas y dos chicas preciosas en cada una de ellas. Invitando a beber y yo, acomodado en la seguridad que otorga el estar bien acompañado, me deje llevar.


Fotogramas caminando por el puerto, cogido de la mano, seguro y feliz. Hechizado por la noche sin saber que no es magia lo que me hacía estar contento, sino un embrujo, magia negra.


Sonaba música y más copas de vidrio, barras americanas de madera y risas, fuego y cálidos susurros a distancias cortas. Más tarde enfados y lágrimas. Lágrimas en la playa y arena en los bolsillos, en las botas y en el pelo. Arena de reloj que arrastra el oleaje de la playa de Barcelona y va quemando el tiempo que nunca tendría.  Como el reflejo de la luna en el mar, me voy deshaciendo hasta deformarme en un ser irreconocible y perdido. Es tarde, pero de eso me daría cuenta al día siguiente. Cuando el fuego se apagase. 

Cuán difícil resulta pedir perdón, cuando te sabes exento de él. Lo único que te lleva a seguir adelante es ese desgarro en el toraxs. Ese maldito calambre dentro del pecho, una línea muy fina que supone ser feliz o sentir añoranza de algo que no pudo ser, y nunca se sabrá. Una pequeña e insignificante línea que como ocurre en muchos otros lugares, puede significar la paz, o la guerra. Me podría declarar una víctima de guerra me dije. Pero en el fondo un valedor de la misma merece ser juzgado. Y ahí estaba yo. Solo, delante de la culpa. Con la condicional, sabiendo que no la podía volver a cagar y sin abogado de oficio. Es entonces cuando decidí escribir esta carta.


Es cierto que herí el corazón de a quien había depositado cierta confianza en mí, es cierto que perdí el control aquella noche y no logro recordar claramente que ocurrió. No espero perdón, pues no soy merecedor de él, quizá una oportunidad estaría bien. Lo que sí que no me importa es luchar, y en eso es en lo poco que me puedo considerar bueno.


Finalmente me gustaría citar a Charles Bukowski con un poema no hay nada peor que cuando alguien sabe que es demasiado tarde


there are worse things than being alone but it often takes decades to realize this and most often when you do it's too late and there's nothing worse than too late


Aquí os dejo a pie de pagina al mitico Hank Bukowski, no tiene desperdicio; "Burn into this" http://www.youtube.com/watch?v=y4nyJnXhXKM

Saludos.