lunes, 19 de enero de 2015

Arde París!

Hace frio en las afueras de Paris, las calles están vacías y solo se mueven los gatos de vivienda en vivienda, saltando de entre las verjas a otras, o subiéndose a las ventanas atraídos por el resplandor de las mismas. Es la única luz entre las calles oscuras y los jardines húmedos. Es noche fría y cerrada, la luna brilla con fuerza entre unas nubes que se tornan blancas a su paso en un cielo que deja entrever alguna estrella. Algo alejado de la contaminación lumínica del centro de la ville. La vida en los hogares transcurre dentro de la rutina. Televisores, comida en la mesa, familias, animales de compañía y bastante silencio para el bullicio de una mentalidad latina. Es aquí, en este marco, donde empieza el principio del fin. 
Después de un tiempo todo se mira con más claridad. Las cosas pueden parecer mejores, peores, o, simplemente dejan de tener importancia.
¡Gooool! del Barça, los del Tata marcaban un 18 de febrero de 2013 contra el Manchester City en una eliminatoria de Champions League. Yo, recostado en mi silla de cañas y madera me acordaba de mis compañeros. ¡Ya verás hoy!, al Barça hoy le caen cinco, ¡el City esta increíble este año! Ingenuo de mí. En realidad sonreía cuando el partido se dio por finalizado. Ya buscaba mis argumentos para combatir mi optimismo, que, como muchas otras veces, me había traicionado. 
Fin de partido, estoy en una pequeña habitación en el sud de París, calefacción alta y la cama desecha. Me dispongo a comprobar si dispongo de la película que había puesto a descargar horas antes; una de Scarlett Johanson en un papel intranscendente interpretando una rabia más, una especie de comedia romántica que empiezo a ver sin ningún entusiasmo y con la única finalidad de matar el  tiempo e ir a dormir con sueño. Mi gran tarea pendiente aún hoy. Tengo pis. Paro el reproductor. Salgo de mi habitación.
Por aquel entonces yo vivía en un pequeño habitáculo, porque aquello no podía tener otro nombre. Era un pequeño cuarto adaptado por unas paredes finas de pladul situado en la parte baja de una casa muy antigua en la localidad parisina de Antony.  Abrí la puerta y entonces pude ver que había alguien al final del pasillo. Era de obligado cumplimiento pasar por allí, me había visto, aunque debo reconocer que no me gustaba cruzarme con según quienes personas de la casa puesto que nunca recibí muchas muestras de cariño y eso me llevaba a desconfiar de algunos de mis vecinos.
-Hi David! How are you? – escuche al otro lado de la puerta y con marcado acento francés. – I want you to know that i’m back and i’m fine, healthy and also… thank you very much for your messages supporting me and for the ukulele, that’s make my time on the hospital much better… 
-Hi  Alfred I’m glad to see you back here again… healthy… - Tengo que añadir que Alfred era una persona entrañable, una especie de artista burgués, un soñador capitalista, un filósofo de salón…BOBO, una persona con la que daba gusto conversar y con las que el tiempo pasa agradablemente, pero dentro de su dualidad, escondía muchos miedos, inseguridades, clichés, desconfianzas… en fin, los males del que nunca ha salido de su zona de confort. esa era extrañamente la misma sensación que recaía y extrapolaba en mí su persona cuando pensaba en él.
Me había encontrado a gusto hablando con él, quizás las cosas empiecen a mejorar –pensé- aunque no era consciente de hasta qué punto.
Seguidamente me di cuenta que dentro de su habitación estaba Susan, una chica colombiana que recuerdo con algún altibajo que otro, pero la cual aprendí a quererla y más después de las circunstancias que pasamos durante aquellos meses. 
Estábamos los tres juntos en el pasillo, hablando de la vuelta de Alfred y un poco conmocionados por lo que suponía que se hubiera recuperado y volviera a casa. Paso varias semanas en el hospital debatiéndose entre una situación delicada la cual le podría haber llevado a la muerte. Fueron semanas críticas para la familia y eso repercutió bastante en las energías del ambiente. Recuerdo que compré incienso  una semana antes para expulsar las malas vibraciones y quemar los demonios.
La cuestión es que llegamos a la puerta de mi habitación y yo la empuje para dar visión a mi pequeño pero acogedor cuarto. Alfred me trajo el ukulele agradeciéndome de nuevo el gesto. Pero cual fue la pequeña sorpresa cuando un olor extraño invadía el pequeño reciento de mi habitación. Rápidamente me di cuenta de que había unas gotas justo al lado de mi cama. Unas manchas en el suelo. Me agache para obsérvalas detenidamente debido al olor que emanaban.
-¡Es quitamanchas! – Exclamé- altamente tóxico, esto hay que quitarlo- y entonces me incorporé a buscar un papel o una servilleta con la que quitar las gotas líquidas impregnadas en el suelo.
- ¡Un momento David! -Interrumpió Alfred- creo que sé cómo puedo quitar estas manchas. Podemos prenderlas con un poco de fuego y evaporarlas. Yo ya lo he hecho alguna vez. Funciona créeme – añadió excitadamente.
El fuego que prendieron las gotas se mantuvo sospechosamente estático, bailando sobre el líquido inflamable y desafiándonos a la cara, como la llama de una vela al viento. Bailó durante unos segundos para dar paso al espectáculo más grande que he visto en mi vida. Repentinamente las gotitas impregnadas no eran tales, iban mucho más allá, seguían por debajo del armario hasta la misma botella y cual fue nuestra sorpresa al ver que la pequeña interprete había reservado algo mucho más elaborado. El fuego se desplazó rápidamente a la pared, haciendo que la mitad de la habitación ardiera en llamas. Traté de separar mi ropa, mis pertenencias, al mismo tiempo que a base de golpes y mantas intentábamos extinguir el fuego. En cuestión de segundos un humo negro inundo el techo de mi habitación y salimos del cuarto gritando y despertando a los demás vecinos de la casa. 
Coches de bomberos, sirenas, mantas, fuego y humo, mucho humo desprendido por las ventanas, golpes, cristales rotos, fugas, explosiones y más sirenas, gritos, llantos, mantas y ojos que no daban crédito. Manos en la cabeza, vecinos, policía y más llantos. Fue la noche más impactante de mi vida, algo cambio esa noche, pero ya nunca seriamos los mismos.
El paisaje de la casa ardiendo en la oscuridad era espectacular, subía el humo negro hacía el cielo, una gran cortina de gases subía hasta el cielo en forma de torre que iluminado por la luna debió de verse con expectación desde la mismísima Torre Eiffel. La silueta de una familia abrazada miraba entre sollozos y sin esperanza como ardían sus recuerdos.
Aquella misma noche, después de que unos vecinos nos dejaran algo de ropa de abrigo y un té caliente, nos subieron a un furgón de policía donde nos tomarían la documentación. Seguidamente nos trasladarían a un hospital cercano donde pasamos la noche enchufados a unas máquinas que nos limpiarían las vías respiratorias de posibles elementos tóxicos. Cuando acabaron de clavarme un par de inyecciones y montar el conveniente dispositivo me dejaron a oscuras en una camilla de hospital durante un par de horas. Cuando cerraron la luz por fin encontré la calma, pero he de confesar que fueron las dos horas más largas que he jamás he vivido. Todo empezaba a tomar forma en mi cabeza y así, repentinamente,  dispuse de demasiado tiempo solo para analizar la situación de lo que acababa de pasar.
Nada tenía sentido, hacía apenas unos minutos estaba en mi cuarto, ajeno a todo lo que pasaba y pensando en que tenía que hacer al día siguiente, pero ahora todo había cambiado. No existía manera alguna de volver hacia atrás, todo quedaba tan cercano en el tiempo, que no podía ser irreversible. Por un momento espere despertar, todo era demasiado surreal, seguro que me despertaría en mi cama, calentito, pensando en el mal trago que supuso la pesadilla. Pero no ocurría nada, no desperté nunca, era increíblemente real. Algunas mañanas me despertaba pensando en que todo seguía siendo una ensoñación. Y cuando era consciente, volvía a cerrar los ojos. Esperando creer que no había perdido todo.
Durante los días posteriores al accidente nos apoyamos bastante entre nosotros. Enfrente la desidia apareció el compañerismo. Habíamos perdido todo, y eso era, después de todo, lo único que teníamos en común. Cuando alguien pierde todo, su mente se queda en blanco. Desaparecen un montón de pensamientos innecesarios y se desvanecen las preocupaciones superficiales. Todo el mundo se para, y es entonces cuando puedes ver la realidad. No existe el dinero. Cuando tropiezas y bajas repentinamente unos cuantos peldaños en la pirámide de Maslow, al mismo tiempo que te golpeas la cabeza con cada uno de ellos, y sigues bajando tanto y tanto que cuando llegas abajo y miras para arriba desolado, te das cuenta que sigues vivo. Sí. Y es ahí, querido lector, cuando te replanteas si de verdad es necesario volver a escalar o, por el contrario, pasar de vivir tu vida escalando montañas cuando puedes caminar por la playa. Allí no hay escaleras.  
Aquellos días serían, lejos de ser un calvario, algunos de los días más bonitos que viví en París. Salí a la calle, después de desayunar en el hotel que me habían asignado por un periodo de tres días, y me encontré vestido con un chándal del equipo de rugby del barrio, el Racing Metro 92, más conocido por ser el equipo del jugador barbudo francés más mediático.
Esa sería mi equipación para la siguiente semana. Eso y mis manos, mis piernas, mi cabeza, y había sido convocado para salir de aquella situación. Nunca me sentí más libre por las calles de Paris que teniendo los bolsillos vacíos y saltándome a mi antojo las puertas del metro sin ningún resquemor. Era yo y la jungla. Me observaban turistas, nativos  y demás con extrañeza, pero con pasividad al fin y al cabo. Miraba a los vagabundos por igual y mi única comida al día serían los desayunos del buffet libre del hotel. Conseguí que me dejaran llamar desde la cabina de clientes bajo la mirada de sospecha del recepcionista, y llamé a mi trabajo, donde increíblemente me creyeron y donde más tarde me encontraría con el acto de altruismo más importante que jamás he recibido por parte de desconocidos. Allí encontré a mi verdadera familia francesa y me dieron fuerzas para que, pese a mis lamentables circunstancias, continuara adelante. Ya no me sentiría solo nunca más en aquel laberinto de sensaciones y egoísmo que tan sutilmente llaman en la películas; la ciudad de la luz.                                              
Los siguiente días fueron una batalla donde la mayoría de veces acababan en victoria. Tuve que pelearme para sacarme un pasaporte con el consulado y la embajada española. ¡Hijos de puta! ¡Puedo afirmar que si te estas muriendo de hambre ellos no te van a ayudar por mucho que pertenezcas a su país¡ Sin contar que casi no trabajan . El dinero es su bandera, y si no tienes, lo sienten mucho, pero no pueden ayudarte. Mismo si les das todas las pruebas del mundo, al final, el seguro me adelanto algún dinero para comprar ropa, comida y gestiones administrativas. Sí. Todo volvería a la normalidad excepto yo. Aprendería a saber que uno no necesita más que sus manos para vivir. Que no hace falta poseer ningún objeto para sentirse mejor con uno mismo. Siempre había escuchado esa clase de comentarios pero a partir de ese momento aprendí la práctica y creo que vivir por primera vez la sensación de perderlo todo me ha hecho ganar mucho. Eso me hizo crecer tanto que, aunque parezca extraño, llegué a pensar en las cosas buenas que me estaban pasando, y todo fue por insisto perderlo todo, por un accidente. Ardí y me recompuse de entre las cenizas.
Los meses allí me enseñaron mucho más que cualquier universidad y puedo decir que conocí París en su verdadera esencia. El Paris de los pobres, el del trabajo duro y la humildad. Muy lejos de las fotos de postales, anuncios o películas. El del sacrificio, el dolor, las pequeñas alegrías, el del valor de las cosas y sobretodo, el de la amistad verdadera. 
Pese a todo, deje de hacer lo que venía haciendo después de unos largos meses aprendiendo la lengua del país que más tarde dominaría. Durante un largo periodo tuve el hábito de leer, de escribir y componer canciones. Todo aquello me dio una lección vital, pero tuve que emplear mucha energía en sobrevivir y finalmente, y por falta de medios debo añadir, olvidé como se hacía
Si tengo que elegir una postal de París de entre todas las cosas bonitas que hay allí yo personalmente elegiría esta;

No hay comentarios:

Publicar un comentario